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España es el país del mundo con mayor cantidad de bazares chinos per cápita. Dicha así, sin rodeos, la noticia resulta sólo chocante, pero, si profundizamos un poco más, descubrimos una serie de aspectos que explican todo un patrón sociológico, un modelo de desarrollo comercial ... y, también, una realidad que los líderes en comercio minorista, como Carrefour o Alcampo, no habían empezado a poner en valor –a través de tiendas de barrio y proximidad– hasta hace apenas una década. Según la Asociación Española del Retail, en nuestro país hay más bazares de chinos (y pakistaníes) que supermercados. De esas más de 30.000 tiendas «de conveniencia» (aquellas en las que se venden todo tipo de productos de consumo y que abren a diario casi ininterrumpidamente), algo más de 18.000 están gestionadas por la comunidad de chinos afincados en España. Pero ¿qué fue primero, la gallina o el huevo, los bazares regentados por chinos vendiendo baratijas o la orientación de los españoles al chollo y al low-cost? Si lo analizamos, parece más probable lo segundo.
Consolidado como el primer colectivo de autónomos extranjeros en España, te venden pan un domingo a las once de la noche cuando todas las demás panaderías están cerradas pero, también, cinta aislante o un estropajo el 1 de enero a las ocho de la mañana, mientras el resto de los mortales se repone de la resaca. Son ubicuos y forman parte, no sólo del paisaje urbano en cualquier núcleo de población de más de 5.000 habitantes sino, también, del vecindario que los acoge. Aunque hoy la comunidad china residente en España también se emplea de otras maneras (regentando el «bar Pepe» de toda la vida, tiendas de productos electrónicos, moda y accesorios, salones de belleza o, cada vez más, otros servicios como los turísticos, la consultoría o la educación), el bazar multireferencia –junto con el restaurante– sigue siendo el barco insignia de su modelo de desarrollo de negocio. La pregunta es cómo han conseguido implantarse los bazares chinos en nuestra vida hasta hacerse casi imprescindibles.
Aparte del consabido espíritu emprendedor, su olfato comercial y su legendaria cultura del esfuerzo, su éxito refleja toda una evolución en los patrones de consumo en la sociedad española: a principios de la década de los 80, la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral, sumado al uso generalizado del automóvil, trae consigo el modelo de gran superficie-hipermercado que, combinando supermercado y grandes almacenes bajo un mismo techo, desplaza buena parte del consumo del centro de las ciudades a la periferia. Mientras miles de establecimientos tradicionales (ultramarinos y colmados, zapaterías, ferreterías, etc.) echan el cierre al perder buena parte de su clientela surge, en el centro de las ciudades de aquella España de la peseta, un modelo de tiendas de bajo precio y compra agrupada conocidas como «Todo a 100». En ellas se ofrecía un catálogo de productos no excesivamente amplio, limitado fundamentalmente a hogar, belleza, juguetería y regalos.
España es un país con un consumo muy sensible al precio y con gran orientación al chollo, a la ganga y a la baratija. Nuestra debilidad por el low cost se extiende a casi cualquier sector (las aerolíneas, el mobiliario, la comida, la telefonía...). Los españoles, en fin, somos consumidores fácilmente dispuestos a renunciar a parte de la calidad de lo que compramos en aras de pagar menos. Nada nuevo, pues en EE UU ya habían triunfado las tiendas de «todo a 1 dólar» y en la España de los años 30 existieron tiendas de tarifa única –50 céntimos– que surtían sus estanterías con una amplia gama de productos para el hogar. Los chinos –que habían desembarcado en España una década antes con un modelo reducido casi en exclusiva al del restaurante– no inventan el «bazar de todo a cien», lo único que hacen es perfeccionarlo y alimentarlo con productos made-in-China. ¿Cómo logran mejorar el modelo preexistente? Aquí es donde juega un papel fundamental su olfato comercial: además de elegir ubicaciones céntricas, de fácil acceso y alto tráfico pedestre, trabajar con horarios extendidos y mejorar los márgenes en una cadena de suministro con origen en su propio país, han sabido afinar el catálogo de productos, ofreciendo sólo un puñado de las referencias más vendidas en la práctica totalidad de segmentos que el consumidor pueda necesitar a diario (droguería, papelería, decoración, jardinería, juguetería, ferretería, etc.). También han logrado adaptarse a las tendencias estacionales y a la idiosincrasia local de tal manera que, en Asturias, te venden escanciadores de sidra, corazones de terciopelo en San Valentín, belenes en Navidad y, en Vigo, bufandas del Celta.
En una población manchega vi una vez un bazar chino llamado 'Gran Ganga'. Con este irresistible anzuelo ya nos había cautivado Almodóvar en los ochenta pero, junto a los precios bajos y al olfato comercial de los chinos, el éxito de sus bazares entraña toda una metáfora geopolítica, arroja claves sobre el modo en que se desenvuelven por el mundo, tiene miga y bien da para otro artículo.
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