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Atacará Rusia a China?» Así titulaba, en Octubre de 1973, su columna de análisis geopolítico el legendario periodista Joseph Alsop. ¿Que cómo lo sé? Pues porque, tras fallecer mi nonagenaria abuela y hacer limpieza en su casa, han aflorado docenas de ejemplares del 'Readers Digest', ... aquella revista que, para millones de personas, fue una «ventana al mundo», antes de la aparición de Internet. Las estimaciones de entonces arrojaban cuatro posibilidades entre seis de que la Unión Soviética lanzase un ataque preventivo a China. Han pasado 51 años desde entonces, pero ¿qué es medio siglo en la historia de dos países que, desde hace más de 400 años, comparten 4.209 kilómetros de frontera? Para comprender la auténtica naturaleza de la «amistad sin límites» que los actuales líderes de Rusia y China dicen profesarse es preciso hablar del río Amur, que separa dos países con geografías, recorridos históricos, culturas, sistemas políticos y formas radicalmente distintas del ver el mundo. A un lado de la frontera natural que representa ese inmenso río hay 15 millones de rusos. Al otro, 140 millones de chinos. Toda una metáfora.
Las relaciones de vecindad nunca son fáciles y conducen, alternativamente, a situaciones de convivencia amistosa o de tensa rivalidad. Nuestra propia relación con Francia o con Portugal es una buena muestra de ello. A lo largo de los siglos, Moscú y Pekin también se han movido entre ambos polos. Cuesta entender cómo el colapso de la URSS puso fin a la alianza 'fáctica' entre EE UU y China, dando comienzo a un lento acercamiento entre esta y Rusia. La explicación hay que buscarla en el siglo XXVII cuando, en plena expansión del Imperio zarista, la dinastía Qing intentó expulsar del noreste de su territorio a los colonos rusos que estaban poblando Siberia. Aunque China y Rusia estén disfrutando ahora de su mejor relación bilateral en décadas y cierto alineamiento ideológico, los diferendos entre una y otra no son pocos: China no ha reconocido la anexión rusa de Crimea en 2014 y, por su parte, Rusia no apoya las reclamaciones de Pekín (la 'línea de los 9 puntos') del Mar Meridional de China. Además, son múltiples las reivindicaciones territoriales que aún mantiene China en torno a vastas áreas de la Siberia actual y de la antigua salida china al mar de Japón, empezando por la base de la 'Flota rusa del Pacífico': el mítico puerto de Vladivostok.
A esta vecindad no siempre pacífica hay que unir, además, la dependencia rusa cada vez mayor de las manufacturas chinas, así como las acusaciones de ingeniera inversa del armamento que Moscú le vende a Pekín o la creciente rivalidad que, con la Nueva Ruta de la Seda, China plantea por el control del Ártico y el 'patio trasero' de Rusia: Asia Central, el corazón de Eurasia. Además, la presencia china en Rusia crece imparable y no responde únicamente a motivos de seguridad energética. Casi el 20% de las tierras agrícolas en el Lejano Oriente ruso, pertenecen ya a chinos. Esa inmensa región padece de despoblamiento, desindustrialización y degradación económica desde la caída de la URSS. El propio Putin advirtió en el año 2000 que, a menos que se desarrolle decididamente esa gigantesca parte de su geografía, en Siberia se acabará hablando chino al finalizar este siglo. El milagro económico chino pone de manifiesto las profundas diferencias entre su sistema, capaz de prosperar en un orden mundial occidental y una Rusia, victimista y revanchista, incapaz de recuperar la gloria pretérita.
Aunque las últimas encuestas llevadas a cabo demuestran que la opinión que las poblaciones rusa y china se profesan mutuamente es muy favorable, a pie de calle la desconfianza en palpable. Muy poco se parecen rusos y chinos. Quien ha trabajado con ambos, sabe de lo que hablo. Para empezar (y aunque pueda resultar algo anacrónico en pleno siglo XXI), algo radical separa sus respectivas cosmovisiones: los rusos creen en la existencia de un Dios monoteísta. Los chinos no. Hablar con rusos conduce, casi inevitablemente, a una conversación intelectualmente profunda, cargada de acritud metafísica, existencial y no poco fatalista. Rusia no es capaz siquiera de integrar económicamente a su esfera histórica de influencia mientras China ya es el mayor socio comercial de todos los antiguos estados soviéticos. ¿Qué es entonces lo que une a estas dos superpotencias sumamente asimétricas? Lo mismo que unía a China y a EE.UU. Como si de un matrimonio de conveniencia se tratara, ambas comparten antipatía ideológica por un orden global liderado por Occidente, al que consideran hipócrita e intervencionista. Sin embargo, no están alineadas en qué orden debería sustituirlo. Donde Rusia prioriza la influencia política y militar, los chinos hacen gala de un pragmatismo largoplacista que busca, ante todo, la integración económica global. Mientras los líderes rusos sigan considerándose eminentemente europeos (y efectivamente lo son, aunque la 'Plaza de Europa' de Moscú se haya rebautizado 'Plaza de Eurasia') faltará el 'pegamento' que mantiene unidos a socios en cualquier alianza: un acervo de valores compartidos que, actualmente, falta y que hace que China y Rusia se parezcan tanto uno o a otro como un huevo a una castaña.
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