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Tras la última Conferencia de Seguridad celebrada en Munich, el gurú geopolítico Kishore Mahbubani instaba a la UE a adoptar «medidas desesperadas» ante los acontecimientos ... que aceleran un reordenamiento del tablero mundial en el que Europa enfrenta un futuro muy poco halagüeño, a medio camino entre la crisis identitaria, la irrelevancia y la sumisión a las dos grandes superpotencias. El veterano diplomático singapurense se refería, fundamentalmente, a cuestiones de Seguridad y Defensa, a negociar con Rusia y cooperar con China en África, priorizando los intereses europeos frente a la subordinación a Washington. Todo esto está muy bien y resulta necesario pero, ¿y si lo realmente 'impensable' no fuese (sólo) adoptar esas medidas (radicales) sino algo mucho más obvio? Como obvio es que el mundo que dominábamos y creíamos conocer ha cambiado más en los últimos 30 años que en los últimos 300 y que se parece cada vez menos a Occidente. Como es evidente también que el siglo XXI pertenece a la región asiática, donde se concentra el crecimiento económico y demográfico futuro. O que la complejidad y la incertidumbre que implican la aceleración y convergencia tecnológicas exigen de nuevas perspectivas pues Occidente no dispone de todas las respuestas. Al contrario, nos faltan interrogantes. En un mundo altamente interconectado y cada vez más multipolar estamos obligados a convivir pacíficamente y a competir eficazmente con modelos diferentes y, en ocasiones, más eficaces que el nuestro. ¿Es acaso impensable mirar hacia el Este en busca de respuestas? Vivimos en un mundo en el que sólo se progresa aprendiendo de logros ajenos.
China, líder de la región asiática y el mayor agente de transformación global, es en muchos aspectos el lugar del mundo donde se están desplegando soluciones más audaces y que más lecciones puede inspirarnos. El gigante asiático no sólo exporta ultracompetitividad y megatendencias sino que representa, además, otra forma de mirar al futuro, de plantearse diferentes preguntas a Occidente y de resolver de manera distinta los mismos dilemas que ya nos ocupan a nosotros. ¿Cómo han logrado los chinos convertirse en superpotencia en sólo cuatro décadas? ¿Qué funciona bien en China y cómo? ¿Pueden inspirarnos para perfeccionar nuestras democracias, construir una sociedad más resiliente, competitiva y capaz de prosperar en un entorno global cada vez más desafiante? En definitiva: ¿Qué podemos aprender nosotros de los chinos? No son preguntas retóricas. Las lecciones cruzadas son inevitables y debemos mejorar nuestras herramientas si queremos garantizar un futuro competitivo, fortalecer nuestra relevancia global, mantener nuestro bienestar y ejercer de polo de estabilidad en el nuevo orden mundial. La rivalidad no excluye el aprendizaje y extraer lecciones inspiradas en un competidor tan formidable resulta imprescindible si queremos robustecer nuestra posición global. Yo soy optimista y creo que Europa puede superar su actual crisis de confianza y volver a ser competitiva, pero requerimos de una autocrítica honesta y una voluntad decidida de corregir algunas de las taras que lastran nuestro sistema. Nuestras democracias han demostrado ser sistemas resilientes, benévolos, eficientes y más potentes cuando son competitivos y se adaptan a los cambios.
El modelo chino –en bloque– es inexportable a Occidente (pues desvirtuaría muchos de nuestros valores irrenunciables), pero ciertas soluciones chinas pueden inspirarnos lecciones útiles para fortalecer nuestro sistema y hacerlo más eficaz y duradero. Aprender no equivale a copiar y emular no significa importar prácticas incompatibles con los principios rectores de nuestro modelo, pero ignorar las políticas que han beneficiado a nuestro principal competidor, negándonos a aprender, es una muestra de debilidad, de soberbia y la mejor manera de seguir perdiendo. Sin blanquear sus errores, idealizar su sistema ni glorificar un modelo chino lleno de aspectos criticables, podemos extraer prácticas útiles que complementen nuestras fortalezas dentro de un marco democrático y respetuoso de los derechos fundamentales. El mejor modo de superar la inquietud que genera el ascenso de China es perfeccionar nuestro propio modelo. El mayor riesgo: no aprender del valioso repositorio de sabiduría que representa una meritocracia milenaria con una decidida voluntad de mejora continua.
Por este motivo, en mi nuevo ensayo exploro el modelo chino y sus estrategias de éxito, extrayendo aprendizajes y buenas prácticas, en cuyo eje está el fortalecimiento de la cultura educativa, un proyecto de Estado consensuado y un plan a largo plazo que incorpore el talento meritocrático en la política, promoviendo el valor del esfuerzo y el afán de superación, fomentando la lectura, la alfabetización y soberanía digitales o el control del desarrollo tecnológico e incentivando la competitividad como herramienta de innovación y emprendimiento. No son las mías propuestas ideológicas ni geopolíticas, sino pragmáticas para convertir a un socio y competidor en un maestro. En fin, nada 'impensable'. El libro se titula 'El calibrador de estrellas' porque, para transformar desafíos en oportunidades, existen tantas formas de ordenar el mundo como de leer el firmamento.
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