Un italiano me dijo
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Si te quedas en lo conocido, nunca descubrirás nada nuevoEn la vida uno va construyendo sus propios mitos; referentes que, primero, sirven de herramientas para formar criterio, aprender o tomar decisiones y, más tarde, ... uno colecciona por simple afán antropológico. Yo soy muy dado a mitificar, coleccionar amuletos y proyectar admiración hacia aquellos que me han enseñado algo, mentorizado, ayudado o guiado en persona, a través de sus textos u obras. En mi mitología personal hay un lugar especial para Tiziano Terzani, una figura especialmente carismática y entrañable de los muchos occidentales que han pasado por Asia y, concretamente, por China.
Tiziano Terzani es un arquetipo del reportero aventurero que siempre me ha cautivado desde que, de niño, leía – como Arturo Pérez-Reverte– los libros de Tintín. Florentino de orígenes muy humildes, estudió derecho y, como comercial de la empresa de máquinas de escribir Olivetti (cuando Olivetti era un arma de comunicación masiva, como lo es hoy un Iphone), tuvo la oportunidad de viajar a Asia, que le fascinó por completo desde antes de poner un pie en ella. En pleno auge hippy, con una visión anticipada a su tiempo, se fue a estudiar chino a Estados Unidos, llegando a identificarse tanto con la causa china que bautizó a su hijo 'Mao Folco'. Paradojas de la vida, Terzani terminó profundamente desencantado de la China maoísta –que conoció poco después– y acabó siendo expulsado del país en 1984. Su carrera periodística la desarrolló en las filas de una revista alemana de renombre (Der Spiegel), gracias a sus análisis críticos y su capacidad para mezclarse entre la gente accediendo a información de primera mano allí donde estaba sucediendo la noticia. En Asia, para Der Spiegel, firmó algunos de los mejores reportajes de su época: fue el único periodista occidental que documentó in situ la caída de Saigón y de los poquísimos que cubrió el asalto al poder de los jemeres rojos en Camboya. Además, como buen italiano, fue siempre un tipo muy carismático, extrovertido y llamativo, con una especial sensibilidad por la imagen que proyectaba (de llamativo bigote y fumador en pipa, recorrió Asia vistiendo de blanco impoluto); un seductor campechano, con una personalidad magnética que no dejaba indiferente a aquellos que se cruzaba por el camino.
Durante 40 años Terzani peinó Asia, cubriendo las noticias que generaba un continente en ebullición y viajando a cada rincón de su geografía. Precisamente, Terzani fue un reportero a la vieja usanza: viajero. Vivió – junto a su mujer y sus dos hijos – en Pekín, Tokio, Singapur, Hong Kong, Bangkok y Nueva Delhi, pero sus días terminaron en un pueblo minúsculo, en las faldas de sus montes Apeninos, reflexionando sobre la vida y sus milagros. Uno de sus libros más conocidos es el de 'El fin es mi principio' en el que se recogen las conversaciones que, en su lecho de muerte, mantiene con su hijo Folco, repasando el poso de una vida muy vivida. Una absoluta joya. Otra de sus mejores obras es 'Un adivino me dijo', en la que cuenta cómo el rocambolesco vaticinio de un vidente hongkonita (que logra salvarle la vida), le empuja a emprender un viaje por toda Asia sin coger un solo avión durante todo un año. Un periplo a través de un continente insólito, enigmático y fascinante (que, en muchos aspectos, ya ha desaparecido). En otro de sus libros, 'Cartas contra la guerra', Terzani hace uno de los alegatos más hermosos y potentes que yo he leído nunca a favor de la paz, viajando a Afganistán a las pocas semanas del 11-S para desmontar el relato demonizante que estaban tejiendo los EE UU y comprobar, sobre el terreno, la realidad de la nueva 'capital mundial del eje del mal'. Excepcional.
De cuanto he leído de Terzani, lo que más me llama la atención es su humanidad y su 'mundología': con esa forma terrenalmente filosófica que tienen los herederos de Cicerón, Marco Aurelio y Leonardo Da Vinci de contar las cosas, Terzani se acerca al mundo como un ciudadano más. Logra conectar con el lector común porque le habla de tú a tú, como el hombre de a pie que es. Tiziano no sólo hizo sesudos informes bélicos o análisis socio-económicos de la actualidad que tenía ante sus ojos. Allí por donde pasó, él nos habla tanto o más de la historia que la precede como de la noticia de última hora. Escarba en las raíces históricas de los conflictos que cubre, de los esquemas filosóficos que conducen a las masas a actuar de una manera y logra, por encima de todo, lo más complicado: contar una historia que alcanza al lector y logra que este empatice con el relato. Si yo escribo sobre China es gracias, en parte, a Terzani. Sus libros están llenos de enseñanzas y de sabiduría vital de plena actualidad, como este párrafo que condensa la forma en que vivió hasta el último de sus días: «Si te quedas en lo conocido, nunca descubrirás nada nuevo. Si viajas por los rieles de lo conocido, te quedas en lo conocido. […] Esta vida me la he inventado yo, y no hace cien años, sino anteayer. Todo el mundo lo puede hacer, sólo hace falta valor, determinación y conciencia de uno mismo […]. Es factible para todos […] construir una vida. Una verdadera vida, una vida en la que seas tú. Una vida en la que te reconozcas».
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Ana del Castillo
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