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En el seno del proyecto europeo de integración política, la percepción que tenemos del mundo y de China –sus oportunidades y amenazas– los 27 miembros de la UE, produce políticas comunes poco operativas (y, en ocasiones, divergentes). Alcanzar consensos sobre el tipo de relación e ... interdependencia a mantener con China y los EE UU obliga a Europa a mirarse en el espejo. Que España no tiene en China el peso (diplomático, comercial o económico) de Francia ni Alemania, es del todo evidente. Que esa falta de influencia geopolítica nos invalida como 'amenaza' para el gigante asiático en sus aspiraciones por transformar el orden mundial unipolar (de dominio estadounidense) en uno multipolar, es también fácil de deducir. Que nuestro país tampoco es la principal voz europea en política exterior, a nadie sorprende. Sánchez sabe que Pekín sabe de la ausencia de una 'visión común' con respecto a China dentro de la UE, lo cual (en sus cálculos y para él), puede representar la oportunidad de manejar esa falta de consenso desde una posición relativamente conciliadora, ayudando a mediar en un entorno geopolítico cada vez más proceloso, al tiempo que 'nada y guarda la ropa', protegiendo los intereses de nuestros sectores exportadores más expuestos y posicionando a España como destino preferido de inversiones chinas en el Sur de Europa.
En contraste con la dependencia que otros países europeos tienen de EE UU (o de la propia China), el 'reino del centro' encuentra en España un firme defensor del multilateralismo y la cooperación internacional, con el que influir en otros países europeos, especialmente aquellos que, en la era Trump 2.0, buscan equilibrar sus intereses entre ambas superpotencias. La maniobra de Sánchez presentando a España como mediador e interlocutor ante la UE, no es descabellada: China aprecia a países que buscan soluciones pragmáticas y dialogadas. Pese a padecer un déficit comercial crónico con China, nuestra economía tiene, en términos relativos, una exposición al gigante asiático mucho menor que la de otras grandes economías europeas. No ser una potencia con aspiraciones globales ni una superpotencia económica dentro de la UE, paradójicamente, nos puede convertir en mediadores idóneos para aquilatar posturas de China con Europa. Esa parece ser la estrategia de Sánchez.
Personalmente, aplaudo la actitud constructiva que nuestras dos formaciones políticas mayoritarias mantienen frente a China, a la que consideran más una oportunidad que una amenaza. Además, la historia bilateral reciente de España muestra una relación constructiva con China en momentos de crisis. Así, mientras las relaciones diplomáticas y comerciales entre Bruselas y Pekín pasan por uno de sus momentos más tensos en las últimas décadas, China parece seguir concediendo cierto trato de favor a España (aún resuena la frase pronunciada en 2009 por el entonces primer ministro chino Wen Jiabao: «España es el mejor amigo de China en Europa») y viéndonos como un actor amistoso y persuasivo. Esta posición concede al Gobierno de España la flexibilidad para mediar… y aquí es donde 'el factor Sánchez' –y sus 'particulares' cualidades políticas– juegan un papel inesperado y decisivo: pragmático, oportunista, ambiguo, ladino, enigmático, elástico, ambivalente… Pedro Sánchez (con no poca creatividad y falta de vértigo) posee habilidades que le hacen estar especialmente dotado para atenuar tensiones con el gigante asiático, alcanzar acuerdos dinámicos a base de aquiescencias tácticas, generando insólitos consensos entre posiciones dispares, muy en sintonía con la mentalidad china de largo plazo que prefiere los acuerdos de mínimos, los marcos amplios y un margen desahogado de maniobra o las negociaciones que permitan desdecir lo ya dicho gracias a requiebros estratégicos y sorprendentes golpes de efecto, estirando los mimbres del terreno de juego en audaces ejercicios de equilibrismo. Las similitudes y parecidos razonables que existen entre la estrategia política de nuestro presidente del gobierno y ciertas prácticas negociadoras de los chinos pueden permitirle, contra todo pronóstico, posicionarse como interlocutor con China ante la UE para lograr sortear una eventual guerra comercial y hacer frente común ante un Trump 2.0 dispuesto a disparar a discreción.
Se ha dicho que Sánchez tiene como autor de cabecera a Maquiavelo. Opino, en cambio, que su estilo es mucho más chino (u oriental), que florentino. Apuesto a que uno de sus libros de cabecera es 'El arte de la guerra' de Sun Tzu. Su funambulismo (al alcance de muy pocos y crucial en las negociaciones chinas) puede concederle una inesperada oportunidad en la compleja partida geopolítica mundial. Pero, cuidado: ha de ser muy cauteloso en cómo mueve sus fichas. Nuestros socios europeos y transatlánticos ya han mostraron malestar ante esos volantazos (a los que Sánchez nos tiene tan acostumbrados a los españoles), acusándole de «debilitar» la posición negociadora de la UE. Además, al otro lado de la mesa tiene ahora a negociadores natos que no interpretan sus medias tintas como muestra de amistad sino todo lo contrario y que manejan magistralmente las reglas del 'manual': los chinos las inventaron y las dominan a la perfección desde hace 2.500 años. Mucho ojo.
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