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Tienen las islas algo magnético y mágico. Suspendidas sobre la superficie del agua, atrapan y seducen pero, sobre todo, llaman. La palabra 'isla' conjura en nuestra mente deseos de fuga a uno de esos lugares donde, rodeados por agua, olvidarnos del mundo. Pero ¿por qué ... asociamos las islas con la felicidad? Tal vez sea porque allí imaginamos una vida de verano perenne, despreocupada y ociosa. Cuando a uno le preguntan qué haría si le tocase la lotería, una de las primeras imágenes que acude a la cabeza de muchos tiene que ver con una hamaca, arena blanca, cocoteros, aguas azul turquesa, brisa marina y un buen libro.
No es un sueño difícil de cumplir: oficialmente hay casi un millón de islas en el mundo. Desde apenas un peñasco sobresaliendo del mar hasta la propia Groenlandia o Borneo (con una superficie equivalente a la de 1,5 Españas). El 9% de la población mundial vive en islas (unos 730 millones de personas) y, curiosamente, son algunos de los habitantes más felices del planeta. Según el Índice de Felicidad Mundial que elabora la ONU, en 16 de los 80 países más felices, sus habitantes viven rodeados de agua. Tal vez sea el espíritu de comunidad isleña o la solidaridad que genera el necesitarse más unos a otros al no poder depender de ayuda exterior. O, tal vez, como ha estudiado el Instituto de Salud Global de Barcelona, los isleños son el mejor exponente del llamado 'efecto azul', que es la positiva respuesta emocional y psicológica que genera la exposición visual prolongada al color azul de grandes masas de agua.
La vida parece transcurrir de otro modo en lugares aislados y rodeados de agua. En España, tenemos un reality show en el que cinco parejas ponen a prueba su resistencia a las tentaciones carnales y demuestran su (in)fidelidad en una isla idílica. Mientras, los chinos –más recatados e intelectuales– han puesto en antena un programa de televisión en el que 4 figuras prominentes de su panorama literario nacional hablan distendidamente. Imaginemos poder reunir, en Fuerteventura o Menorca, a Manuel Vilas, Maria Dueñas, Irene Vallejo, Pérez-Reverte, Rosa Montero o Mario Vargas-Llosa para hablar de libros y lecturas, de sus mitos y referencias literarias, de música o del proceso narrativo, pero también de inteligencia artificial, de globalización, del cambio climático o del ascenso de Asia… mientras una cámara graba distraídamente la conversación. En China, el reality show de marras ya acumula más de 150 millones de visualizaciones y va por su segunda temporada. Algo parecido al 'Negro sobre blanco' de TVE, pero en una isla. 'En una isla leo libros', se titula el programa televisivo chino y dos de sus protagonistas son, además de leyendas vivas de la literatura local contemporánea, dos de mis escritores chinos favoritos: Su Tong & Yu Hua. Algunas de sus obras ('Otra vida para las mujeres' o 'Vivir') están traducidas al castellano y varias han sido llevadas –magistralmente– al cine por Zhang YiMou.
Mu Koh Ang Thong, Isla de Cocos, Mamanuca, Tetepare, Aldabra… son algunos de los exóticos nombres que evocan refugios mecidos por el agua en los que evadirse del mundo. De las más de 900.000 islas que hay repartidas por la geografía global, 16.000 están oficialmente deshabitadas, pero el número total de pequeños islotes, cayos o atolones vacíos de gente se desconoce. Por eso las islas seguirán siendo material inagotable de inspiración literaria, cinematográfica y aventurera. Porque somos lo que comemos (y lo que leemos), a casi todos nos han preguntado alguna vez qué libro –de entre todos los que existen– nos llevaríamos a una isla desierta (lo que nunca explican es cómo ha de sobrevivir uno en ese solitario retiro isleño una vez se cansa de leer). Y es que, en lo más alto de la lista habitual de «escapismos y huidas del mundanal ruido» está, sin excepción, la imagen de una playa y unos árboles sobre un pedazo de tierra rodeado de agua (dulce o salada).
Cuando yo vivía en Finlandia me ofrecieron comprar una isla en un lago de Carelia por poco más de 18.000€. Sus dimensiones apenas sobrepasaban los 40 metros de largo por los 15 de ancho. Sobre ella, 22 abetos, 7 abedules y una cabaña de madera. Nada más. Aún hoy, 23 años después, me evado mentalmente a esa isla que nunca compré y me imagino allí, leyendo en mitad del lago, rodeado de una paz boscosa, bañado en la luz mansa del sol de medianoche finés. Todo el mundo necesita una isla –real o imaginada– a donde escapar a leer de vez en cuando. Yo allí me llevaría el 'Robinson Crusoe' de Daniel Dafoe para ser ese hombre solitario que, en una isla, lee sobre otro hombre solitario en una isla. Libros e islas. Islas que escriben libros. Libros donde buscar, como escribe Martín López-Vega, esas «islas que nos aguardaban// y que partieron, sin decir a dónde,// en busca de sus propias islas//azules al sur de los días».
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