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Para que las flechas de la coreana Lim Si-Hyeon –medalla de oro en París 2024– den en la diana, hacen falta años de preparación, buen pulso, temple y vista muy aguda. Pero si el arco no estuviese fabricado de la aleación correcta y con ... las dimensiones y peso adecuadas, o las flechas no tuviesen la aerodinámica y la estabilidad correspondiente, de nada servirían la precisión y la puntería de la medallista olímpica. Algo parecido sucede con los materiales involucrados en la prueba de vela de la clase skiff que llevó a Diego Botín y Florián Trittel a ganar el oro olímpico: si las fibras que componen el casco de la embarcación no tuviesen la resistencia y la hidrodinámica adecuadas, los materiales de los que están fabricadas sus velas no aguantasen la tensión correspondiente al trimarse y los cabos, el timón, el mástil o el resto de aparejos, no se comportasen de manera correcta, la pericia de los dos regatistas hubiese servido de poco. Otro tanto pasa con la calidad del tatami o el judogi en la prueba de judo o de la pista, la bicicleta y los cascos en las pruebas de ciclismo. ¿Y qué decir de la fiabilidad del trampolín, las anillas, las colchonetas, el potro, las barras o la propia magnesia empleadas en las pruebas de gimnasia artística? Sin un comportamiento idóneo de todos ellos, el índice de siniestralidad de esta disciplina deportiva resultaría intolerable.
Desde los peluches de la mascota olímpica de turno (Phryge, en París 2024) hasta la mayor parte de los trofeos olímpicos (a excepción de las propias medallas olímpicas de oro, plata y bronce, acuñadas siempre en el país anfitrión de los JJ. OO.), pasando por el mobiliario de la ciudad olímpica, el calzado de la práctica totalidad de disciplinas deportivas, los balones y pelotas de las competiciones, las pesas de las pruebas de halterofilia, las pulseras que daban acceso al recinto olímpico o las inmensas pantallas led que forraban el curso del Sena durante la ceremonia de inauguración… tres palabras recurrentes: Made-in-China.
Hace ya seis años desde que Donald Trump lanzara su estrategia de «decoupling» (es decir, el 'desacople económico' o 'separación comercial' de China), con la imposición de aranceles a productos chinos y otras medidas destinadas a reducir la dependencia de Estados Unidos de las cadenas de suministro chinas. Aunque hay avances en la reducción de la dependencia de China en algunos sectores estratégicos, el famoso 'desacople' (y el 'derisking') aún resulta más un desiderátum que una realidad; especialmente en Europa. Falta lo más importante: competidores capaces de reemplazar a 'la fábrica del mundo', su reactividad, agilidad y versatilidad en la atención de pedidos, los altos estándares de calidad de la manufactura china (estructurada en 'clusters' especializados), una cadena de suministro bien engrasada, completa, integral, bien organizada y construida a lo largo de décadas… y, claro, a un precio atractivo.
Ni el Made-in-Malasia, ni el Made-in-India, ni el Made-in-Vietnam han tenido demasiada presencia en los Juegos Olímpicos de París. Cuando se trata de rendir al máximo para obtener resultados que conduzcan a lo más alto de un podio olímpico, nadie se la juega: los productos deportivos que elaboran manos chinas se llevan la palma. Según la Organización Mundial del Comercio, China es el primer fabricante mundial de material deportivo, representando el 43% del total. Además, con la mayor infraestructura 5G del planeta (pilar clave de la industria 4.0), se espera que esa proporción se amplíe en los próximos años (en un sector que alcanzará globalmente los 500.000 millones de dólares en 2025).
Pero no sólo los materiales y productos made-in-China dominan en las Olimpiadas y otras pruebas deportivas al más alto nivel (Copa del Mundo de la FIFA, la Copa América de Vela, la Super Bowl, el Tour de Francia, Wimbledon o el Masters de Augusta)… también las diez mil urnas que, a escondidas (su modus operandi preferido), introdujo Puigdemont en Cataluña para llevar a cabo su referéndum ilegal –aquel 1 de octubre de 2017–, venían de China. Paradojas del siglo XXI: el mayor fabricante de urnas electorales del mundo no es una democracia participativa. Algo parecido sucede con la Biblia: siendo el mayor productor de biblias del mundo, en China la Biblia no se distribuye comercialmente, sino sólo a través de organismos religiosos. De igual manera, la inmensa mayoría de las banderas que ondean en el mundo –en actos deportivos, empresariales, culturales o políticos– son también de manufactura china. De sus fábricas nos llegan banderas de la segunda República y rojigualdas con el águila preconstitucional, banderas del Betis y del Sevilla, banderas de la Falange y de la CNT, del Real Madrid y del FC Barcelona… Por eso, cada vez que, colgada en la puerta de un hospital, de un ayuntamiento o de un hotel, veo alguna bandera, me acuerdo de aquella viñeta de Andrés Rábago (El Roto) que, mostrando a dos personajes cosiendo, decía: «Malas noticias para los patriotas, todas las banderas están hechas en China». Incluso las de la campaña de Donald Trump para «hacer a América grande de nuevo».
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