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Nunca habitaron este planeta tantos chinos como en la actualidad (y no parece que vaya a mantenerse semejante cantidad). Aunque el Año del Dragón (que termina en apenas dos semanas y es tradicionalmente propicio para la natalidad) parece haber dado (con un repunte de casi ... 8 millones de personas) un pequeño respiro a la contracción demográfica y el hundimiento de la natalidad que sufre China desde hace una década, las predicciones no son nada halagüeñas. Si en 2013 el número anual de matrimonios en el gigante asiático superó el récord de los 13,5 millones, hoy en día las parejas que deciden darse el 'sí, quiero' no representan ni la mitad… y la tendencia sigue en caída libre. En un país de valores aun profundamente tradicionales, menos matrimonios equivalen a menos hijos y, a su vez, a un mayor envejecimiento (los ancianos son ya una quinta parte de la población china). Pinta regular para los fabricantes de chupetes y sonajeros en China… muy bien, en cambio, para quienes comercializan tacatacas o cachavas.
La demográfica es una tendencia silenciosa y paciente a la que, por evolucionar lentamente y suceder día a día, no siempre se le concede la atención suficiente. Sin embargo, como decía el sociólogo francés Augusto Comte: «La demografía es el destino». Si la evolución y la distribución de la población de un país o región determinan, en buena medida, su prosperidad futura, las proyecciones demográficas del gigante asiático son pavorosas: se prevé que la población china, a finales de este siglo, se contraiga a poco más de la mitad de la actual. Lo peor está aún por llegar y, hasta la fecha, no parece que las medidas del gobierno estén logrando animar a la procreación. Por ejemplo, el coste de crianza en relación al PIB per cápita, desde que un bebé nace hasta que alcanza la mayoría de edad (aunque, cumplidos los 18 años cada vez se retrasa más la emancipación económica y el abandono del hogar familiar), es un 20% mayor en términos absolutos en China (6,3 veces) al de España (5,3 veces). Sin embargo, el esfuerzo comparativo es mucho más exigente en China cuando se ajusta dicho gasto en términos de paridad de poder adquisitivo. Esta es una de las principales razones que explican por qué las tasas de natalidad chinas cuentan actualmente entre las más bajas del mundo. Profundos cambios culturales, costos de vivienda elevados, una alta tasa de desempleo juvenil (20%) que impide a los jóvenes emanciparse y la desaceleración económica debida a la pandemia, sumadas a una tardía abolición de la política del 'Hijo único', contribuyen a la crisis demográfica. A diferencia de Europa o EE UU, este desafío no se compensa con inmigración: China ha perdido más de 300.000 inmigrantes sólo en el último año. Además de la debacle poblacional, el país enfrenta un problema de preferencia por hijos varones, que acentúa aún más su ya grave desequilibrio de género (31 millones).
Esta bajísima tasa de natalidad tiene consecuencias económicas significativas: la población en edad de trabajar de China, entre 16 y 59 años, asciende actualmente a unos 875 millones (aprox. el 60% de la población del país, pero se espera que se pierdan otros 40 millones de aquí al 2030). Esta reducción de la población activa en el segundo país más poblado del mundo es una mala noticia de escala planetaria, pues China seguirá siendo, durante décadas, la fábrica del mundo y el mayor mercado de consumo de materias primas. Al reducirse y envejecer la fuerza laboral, aumentan los costes de producción, se presionan los servicios estatales y el sistema de pensiones (a este ritmo, su principal fondo estatal destinado a este efecto se agotaría para 2035). Al debilitarse la red asistencial estatal, la ya muy alta participación femenina en el mercado laboral se hará todavía más necesaria. A su vez, esta independencia económica alimentará una mayor resistencia de las mujeres chinas a los roles tradicionalmente reservados para ellas (especialmente exigentes con hijas y nueras) y una mayor reclamación de protección a sus derechos e intereses, así como una creciente desconfianza hacia la institución del matrimonio. Un círculo vicioso que sólo la robotización masiva en el sector primario y secundario o la elevación de la edad de jubilación parecen capaces de romper.
Si la estrategia de Pekín para recuperar la otrora grandeza china pasa por 'rejuvenecer la nación china', el gobierno tiene que lograr, literalmente, eso: aumentar el índice de natalidad mediante la reducción de los costes asociados al embarazo, parto, crianza y escolarización de los niños, pero también corregir la persistente desigualdad de género para que las mujeres chinas mejoren su actitud hacia el matrimonio o la maternidad, mientras los hombres chinos hacen lo propio hacia la conciliación y la crianza. Con todo, pese a los aciagos pronósticos demográficos que amenazan a China, nunca debe subestimarse la capacidad del gobierno para corregir megatendencias pudiendo gravar, por ejemplo, la principal 'válvula de escape' con la que los jóvenes chinos palian sus necesidades de afecto ante la ausencia de pareja o descendencia: las mascotas. Si nada cambia, en 2030 habrá en China 80 millones de perros y gatos domésticos: el doble que de niños menores de 4 años.
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