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La idea de China como una gigantesca «fábrica» no es nueva. En una nación que siempre fue colosal y muy poblada, mucho antes de la ... globalización moderna, China ya era un titán productivo, con redes complejas de manufactura, comercio interno y externo, así como ciudades altamente especializadas en productos concretos. La industria mundial de la seda nació y creció en las ciudades chinas de Suzhou y Hangzhou, donde miles de talleres familiares se dedicaron durante siglos a la producción de cantidades inmensas del preciado material, tanto para el comercio interno como para la exportación a través de la Ruta de la Seda. En Luoyang se produjeron durante siglos millones de armas para los ejércitos que guerrearon dentro y fuera del país. Qufu, ciudad famosa por ser la patria de Confucio, también fue conocida durante milenios por sus talleres dedicados a la producción en masa de material de escritura. La ciudad de Quanzhou albergó durante siglos los mayores astilleros del planeta, donde se armaban aquellos formidables «juncos chinos» de más de 130 metros de eslora y capaces de transportar a 700 personas para la exploración marítima y comercial, mucho antes de que nuestras carabelas, con no más de 20 metros y dos docenas de hombres a bordo, cruzasen el Atlántico. Wuxi se especializó en la fabricación de algodón hilado y tejidos de uso diario, mientras Dongyang se especializó en la producción de muebles para todo el Imperio, Yangzhou en el procesamiento de la sal o Kaifeng en la manufactura de papel moneda e impresión masiva de textos.
Con la llegada del maoísmo e inspirándose en el modelo soviético, esta especialización productiva convirtió a los tradicionales nodos fabriles imperiales en «clusters» industriales dentro de la nueva planificación nacional comunista, de manera que pudieran atender el consumo de inmensos ejércitos y masas obreras. Así, Shiyang se convirtió en la «gran fábrica» de camiones de China, Tianjin albergó la fabricación a gran escala de bicicletas, Wenzhou floreció como clúster zapatero y, por ejemplo, Danyang fue designada como centro nacional de productos ópticos y quirúrgicos. Es decir, en los años 50, 60 y 70, partiendo de fabricaciones simples, baratas y de baja calidad pero destinadas a atender pedidos gigantescos, se plantaron las bases exportadoras que, hoy, son algunos de los mayores centros de producción especializada del mundo. Quizás, la ciudad que mejor ejemplifica las bases primigenias de la China manufacturera moderna sea Jingdezhen, la capital histórica de la porcelana china, con más de mil años de producción continua y masiva a sus espaldas. De invención china y durante siglos más cara en Europa que el propio oro, la fabricación de la porcelana fue guardada como secreto de Estado durante más de mil años. El preciadísimo material, de fabricación exclusiva en la mencionada ciudad, fue el primer material industrializable a escala masiva con estándares uniformes en la historia de la Humanidad y uno de los primeros bienes globalizados, exportado a todo el mundo desde el siglo XIV. Su resistencia térmica y dureza la convirtieron en precursora de materiales cerámicos modernos y aún hoy es un elemento crítico en medicina, electrónica, tecnología aeroespacial, nanotecnología y dispositivos informáticos. Allí, en Jingdezhen, llegaron a existir durante siglos cientos de talleres especializados, exclusivamente, en pintar las alas de las mariposas que se dibujaban sobre la porcelana local.
Han pasado siglos y China sigue siendo una enorme fábrica pero ahora de proyección global con un papel clave en las cadenas de suministro internacionales: como primer país exportador del mundo, suministra un tercio de toda la producción manufacturera del planeta, fabricando más del 50% del acero del mundo, más del 60% de todos los chips electrónicos de gama media y baja, más del 70% de los paneles solares, del 70% de los teléfonos del mundo, del 35% de toda la ropa del planeta, del 30% de los componentes de automóvil, del 40% de los ingredientes activos usados en medicamentos globales, del 90% de los juguetes, del 30% de maquinaria industrial o más del 80% de las tierras raras. China tiene claro –siempre lo tuvo– que sin industria, no hay soberanía y que, si el mundo necesita de una cadena de producción, ellos deben representar la bisagra, el motor y la base de montaje de esa fábrica. Su sobrecapacidad instalada plantea un problema planetario pues ya podría atender hasta el 70% del consumo global… podrían producir más mariposas pintadas sobre porcelana china que mariposas auténticas revolotean por el aire.
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