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Tres nombres para tres mujeres. «Chen Ping», la nacida en Chongqing en 1943 (esa ciudad china donde según los propios nativos las mujeres tienen la ... piel con el «tacto divino»), que huye con su familia a Taiwan tras la victoria de Mao Zedong. «Echo», la heroína aventurera, culta y políglota, inteligente y apasionada; la hermosa y sofisticada; la libre e independiente que viajó por 54 países y aprendió a hablar cuatro idiomas. Y, el mito: «Sanmao»; el icono pop para mujeres chinas de tres generaciones que sueñan con enamorarse de un hombre extranjero y vivir un romance en exóticas islas al otro lado del mundo. La poeta: «'No me preguntes de dónde vengo',/ 'mi origen es muy lejano.'/ '¿Por qué vagabundear tan lejos?'/ 'Por los pájaros que vuelan',/ 'por el arroyo que fluye en el valle',/ 'por las vastas praderas',/ 'pero'/ 'sobre todo, sobre todo',/ 'por el olivo de mis sueños'». Las obras de una completa desconocida en Occidente siguen arrastrando anualmente a decenas de miles de chinos a aprender nuestro idioma y a viajar a las Islas Canarias para seguir sus pasos, honrar su memoria y soñar con vivir un amor parecido.
Una vida irrepetible, intensa y condenada al fatalismo que acabó desbordando las páginas de sus libros. La España franquista de los años 60 interpretada desde el romanticismo y la libertad. El referente femenino en China de las aventuras románticas que convirtió a España en un destino legendario en un tiempo en el que –para mujeres chinas y españolas– viajar de manera libre e independiente era toda una utopía. La escritora china más conocida del siglo XX, con 26 libros publicados y docenas de millones de lectores cautivados por su estilo lírico y genuino. La primera traductora de «Mafalda» al idioma chino y pionera en las crónicas de viajes escritas por mujeres asiáticas. El bambú. Un adolescente jienense de 16 años que se enamora perdidamente de una exótica y enigmática mujer llegada de Oriente, ocho años mayor que él. Un chico que aprende a esperar a que el amor le sea correspondido. El reencuentro, diez años después, con aquel chaval transformado en un hombre bien barbado, viril y aguerrido. Un galán forastero. El gran amor romántico. El olivo.
Una historia de amor novelesca. En la infinita desolación, llena de sabiduría y silencio, del desierto que soñó Saint-Exupery en su libro El Principito, se casan sin apenas haber sido novios. Él la regala un cráneo de camello. Ella convierte su amor por él en un mito romántico. Después, viven felices en Canarias durante cuatro años. Pero la tragedia siempre anida en historias excesivamente apasionadas y esta termina ahogándose persiguiendo, en apnea, una barracuda. El olivo. Doce años después, la otra mitad se ahorca con medias de seda en un hospital taiwanés. El bambú. Hoy, una tumba en el cementerio de Santa Cruz en la isla canaria de La Palma a la que peregrinan cada año miles asiáticos (japoneses, coreanos, chinos, singapurenses) los recuerda. El resultado es un relato, destinado a convertirse en leyenda, tan increíble como cierto. Como diría Pepe Hierro: «un tema propio para un cuento con fondo de sonajas, panderos y rabeles». Un fenómeno de masas. Un símbolo de libertad y de romance contemporáneo con «demasiado corazón».
Desde que China asciende a superpotencia, cada país pugna por reforzar su propia imagen en el imaginario de los chinos. Eso que llaman «soft power», o «poder blando», es decir, la capacidad de una cultura de generar influencia internacional por la vía de la atracción o la persuasión) también consiste en sacar brillo a todo aquello que pueda suscitar interés en la opinión pública china y servir de puente con el gigante asiático. Aparte de los símbolos icónicos con los que unos y otros se presentan al mundo (Francia con su torre Eiffel, Reino Unido con su Big Ben e Italia con su Coliseo), cada nación echa mano de aquellos «embajadores» entre su propia cultura y la china. Así, los franceses tienen a Victor Hugo y Antoine de Saint-Exupéry, los italianos a Marco Polo, a Mateo Ricci o a Leonardo Da Vinci y los alemanes a Karl Marx. En España, además de Dalí o El Quijote (que ni siquiera existió), tenemos a Sanmao, cuya estética de libertad y autoconfianza siguen copiando cientos de miles de mujeres de chinas que sueñan con vivir aventuras. Ya hay touroperadores asiáticos especializados ofertando viajes para recorrer la «ruta de Sanmao» y planes para llevar esta historia de amor a una superproducción cinematográfica. Cualquier esfuerzo en aras de acercar China a España (y viceversa) es rentable. Hoy, más tres décadas después de su fallecimiento, la historia de la poeta china Sanmao y el buzo español José María Quero sigue resonando en Asia con la fuerza épica de las grandes leyendas. Sus relatos continúan encendiendo sueños en China, mostrando a generaciones de mujeres asiáticas el valor de la independencia, el autoconocimiento y el amor verdadero, demostrando que la vida misma es un viaje que supera cualquier ficción.
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