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Recuerdo perfectamente el tacto frío, pesado e inerte del primer arma de fuego que tuve en la palma de mi mano. Era el año 1994 y –no es casualidad– yo estaba en Baltimore, Estados Unidos. Poco sabía yo, en ese momento, que aquel revólver estaba ... cargado y que yo iba a dispararlo. Esta historia bien merece un capítulo aparte y me ha venido a la cabeza al saber del ataque de un pistolero a un político español, a pie de calle y plena luz del día, en el corazón de Madrid. Derrotado el terrorismo, los españoles no estamos acostumbrados ya a tiroteos. Aparte de las que portan las fuerzas de seguridad del Estado o los aficionados a la caza, no es fácil ver armas en España. Hay, en nuestro país, 7,5 armas registradas por cada 100 habitantes. Esta escasez comparativa y una regulación relativamente estricta, hacen del nuestro un país poco peligroso.
Yo siempre he habitado en lugares extremadamente seguros, con ratios de criminalidad muy bajos y un estricto control de armas (Finlandia, Alemania, Austria, China o Reino Unido) pero esta no es la tónica en muchos otros países del mundo. Escribía Quentin Tarantino, en el guion de la película 'Amor a quemarropa', que «es mejor tener un arma y no necesitarla, que necesitarla y no tenerla». Efectivamente son muchos los países en los que sigue vigente –de manera más o menos generalizada– la 'Ley del más fuerte': el principio de autodefensa que rige allí donde el Estado no logra proteger eficazmente a la población. Eso explica, en parte, que en el mundo haya más de mil millones de armas de fuego. Sólo el 13% y el 2% de este arsenal está – respectivamente– en manos de fuerzas armadas o de cuerpos de seguridad del Estado. Además, cada año se fabrican 12.000 nuevos millones de balas: una cantidad suficiente para matar y rematar a todos los que habitamos el planeta. A la cabeza en la exportación de armas están Estados Unidos (40% de todas las armas exportadas), Rusia (16%) y Francia (11%) pero España, el 8º exportador de armas con un volumen que representa 2,6% del total global, sigue a la zaga. Paradójicamente, las armas de fuego no forman parte de la cotidianeidad española y sólo en el 0,5% de los delitos que se perpetran se emplean estas (casi siempre con ánimo puramente intimidatorio pues, a su vez, sólo un 3% de esos delitos desembocan en homicidio).
Pese a estar ausentes en nuestro día a día, las armas de fuego tienen una presencia icónica constante en multitud de relatos de nuestra cultura popular (cine, novelas, canciones, etc). Antón Chéjov, hace ya más de un siglo, acuñó la premisa de que, quien tiene un arma, acaba utilizándola. Por ello, no es accidental que EE UU sea el país del mundo con mayor cantidad de homicidios por habitante: también es el único país del mundo donde hay más armas que personas. No sorprende, claro, que cuatro de sus presidentes electos hayan sido asesinados y otros cuatro tiroteados. Cada masacre a tiro limpio que sufre ese país reaviva un debate que nunca logra poner coto al problema pues cada ciudadano tiene protegido constitucionalmente su derecho a portar armas y su comercio compone un negocio multimillonario. En una siniestra profecía autocumplida, los estadounidenses apelan a la necesidad de poseer armas porque –consideran– que el suyo es un «país peligroso». En realidad, esa proliferación de armas es, precisamente, la que hace de su país un lugar cada vez más peligroso porque cada vez hay más gente armada. Esta paranoia colectiva quedó patente en marzo del año 2020 cuando, en un sólo mes, a las puertas de la primera ola de contagios covid-19 y mientras el resto del mundo hacía acopio de mascarillas, alimentos enlatados y papel higiénico, en EE UU se vendieron casi dos millones de armas de fuego.
Llama la atención que China –el país que inventó la pólvora– sea uno de los países más seguros del planeta para su ciudadanía, uno de los pocos donde la policía no porta pistola y donde el ratio de armas per cápita es de los más bajos del mundo. El dato contrasta con las aterradoras cifras de la primera potencia mundial, que lidera los rankings de tiroteos masivos (648 sólo en el año 2022, de los cuales 46 sucedieron en centros escolares, con un saldo de 1.637 niños y adolescentes tiroteados). Por cada 10 millones de habitantes, hay dos muertes por arma de fuego en China, 13 en España y 1.460 en EE UU. A diferencia de este último, las armas no son parte del ADN de China y las leyes que regulan su posesión allí se cuentan entre las más estrictas del planeta. Aunque el fundador de la RPC, Mao Zhedong, declaró que «el poder político sale del cañón de una pistola», lo cierto es que las únicas armas de fuego que uno ve en China son las escopetas recortadas de los guardas que escoltan los furgones blindados donde se transporta el dinero en efectivo (y que se asemejan más a las de los Playmobil que a amenazadores máquinas de matar). De todas las cosas que le pueden preocupar a un habitante de China (la contaminación, la economía, la estabilidad social, la seguridad alimenticia o la corrupción) hay una de la que puede despreocuparse: cómo protegerse del revólver de su vecino, pues nadie tiene uno.
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