Secciones
Servicios
Destacamos
Los que nacimos con la Transición hemos crecido viendo a Arturo Pérez-Reverte en la tele, primero, retransmitiendo y relatando guerras por medio mundo; convertirse en novelista y fenómeno editorial, después; en académico, twittero y fenómeno mediático, más tarde. Hoy en día, a sus casi ... 73 años, es una figura 'pop' que despierta odios y pasiones capaces de arrastrar a legiones de seguidores allí donde firma libros, participa en charlas o concede entrevistas. Me confieso admirador de un escritor (con esa madera de aventurero de otra época que también irradiaba Miguel de la Quadra-Salcedo), lúcido, culto, valiente, carismático, intelectualmente provocador, sin pelos en la lengua y a menudo profético, cuyas novelas y artículos vengo disfrutando desde hace 30 años. Reverte tiene algo de héroe magullado y del Sr. Scrooge de Dickens, pero también de caballero andante irreductible, de 'sheriff de western' cansado de llevar la estrella, de galán de otro tiempo o de autor clásico contemplando la biblioteca de Alejandría en llamas. Coincido ampliamente con muchos de sus análisis y su mirada mordaz a la actualidad. En cambio, no siempre compro la oscura lectura que hace de los tiempos que vivimos.
Las dos guerras mundiales –en las que Europa se suicidó– pusieron fin a casi 500 años de dominancia planetaria europea, durante los cuales las principales decisiones geopolíticas mundiales se tomaban en lugares como El Escorial, Londres, París, Lisboa o Ámsterdam. Lugares herederos de unos valores y un modo de mirar el mundo alumbrados en la Roma y Grecia clásicas. Tras los últimos 70 años de geopolítica post-europea, ahora comienza el tránsito a una época post-occidental. Del fin de ese mundo habla Reverte y comparto con él la certeza de que estamos viviendo un punto de inflexión histórico. Un orden mundial está dando paso a otro muy diferente: la Historia cambia de dirección y vuelve a poner a proa a Oriente, a Asia. Con la mitad del PIB regional (en términos de capacidad de consumo) y una tercera parte del crecimiento económico asiático, China está a la cabeza de esa inmensa región del mundo. Y China no espera. Cientos de millones de sus habitantes, preparados, motivados, autoexigentes, ambiciosos y bien dirigidos, aspiran a disfrutar de un bienestar que ya no es privativo de Occidente. Quienes les siguen (3.400 millones de seres humanos) también tienen el hambre muy cerca, necesidades acuciantes y muchas ganas de dejar atrás la pobreza. No es extraño que sea así, pues esa fue la tónica durante milenios: el siglo XX ha sido el primero (y único) en el que el primer PIB mundial no correspondió al de una potencia asiática. Hoy en el planeta viven seis asiáticos por cada europeo y Asia cuenta con el grueso del recurso futuro más valioso: la juventud. Unos 1.900 millones de jóvenes de entre 0 y 15 años (el 80% de los jóvenes del mundo) viven en Asia (según datos de la Unfpa) y convierten las ciudades asiáticas en auténticos polos de energía, consumo, transformación e innovación. Resumiéndolo en una frase impactante: «Medio mundo es Asia». Entender esa mitad del mundo es un imperativo, una cuestión de supervivencia.
Hay quienes ven esta transición como una debacle y quienes lo vemos como un desafío y una oportunidad. El analista Robert Kagan publicó un libro en 2018 titulado 'La jungla avanza' en el que defendía el papel de EE UU en el mundo, como gendarme y garante del liderazgo civilizacional occidental. Borrell (conocido por no tener pelos en la lengua) se expresó en 2022 en parecidos términos cuando comparó a Europa con «un jardín» donde todo funciona gracias «a la mejor combinación de libertades políticas, prosperidad económica y cohesión social que la humanidad haya construido nunca», por contraposición al resto del mundo –equiparado a una 'jungla'– que «podría invadir el jardín». Aunque la metáfora es desafortunada (especialmente en palabras del principal diplomático de la UE), lo que Borrell quería decir es que, seguir siendo faro cultural, exponente de libertad y vanguardia de bienestar, depende de cuánto se implique Europa en la solución de los problemas mundiales.
Decía Freud que la causa de la ansiedad es la represión y que la mejor forma de abordarla es hablar abiertamente de ella. Reverte lo hace. El motivo de su pesimismo es –quizás– haber dedicado dos décadas a cubrir guerras; en cambio, yo pasé ese tiempo en un país donde, sin pegar un sólo tiro fuera de sus fronteras y a base del comercio, se ha generado una abundancia y una riqueza insólitas. Mi mirada, por edad o trayectoria vital y lectora, tal vez sea ingenua. Quizás la de Reverte, por los mismos motivos, sea sombría. Me encantaría tener la oportunidad de un mano-a-mano con él para departir, entre vinos, sobre la vida y sus milagros. Las luces y las sombras de estos tiempos que acechan.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.