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Todos los que poblamos este planeta hemos nacido de una mujer. Esta obviedad encierra, sin embargo, mucha miga, pues no todas las madres creen en las mismas cosas ni traen a los niños al mundo de la misma manera, en sus respectivas culturas. Este trance ... vital refleja –valga la redundancia– toda una forma de ver la vida y el mundo. Dado que la población china ha alcanzado la vertiginosa cifra de 1.400 millones de seres (que no se reproducen por esporas) y que su civilización se retrotrae varios milenios, bien merece la pena prestar atención a algo tan –aparentemente– natural y banal como es el tratamiento que dan a la gestación, parto y postparto. Este proceso, rodeado de prácticas ancestrales y no pocas supersticiones, representa todo un tratado de chinismo. Teniendo en cuenta que los chinos articulan su realidad a través de caracteres, es paradigmático que el ideograma más común de todos (la palabra 'hao', es decir: lo 'bueno', 'favorable', 'abundante' y 'correcto') sea, precisamente, una combinación del símbolo femenino y del símbolo infantil. Es decir, desde hace más de 3.000 años, la mejor representación que tienen los chinos de lo naturalmente bueno es la unión de una mujer y su criatura.
Todo el proceso, desde la concepción hasta el postparto, está empapado en China de los principios fundamentales de su medicina tradicional, con profundas raíces taoístas. Por ejemplo, la idea que recorre el embarazo es que todo lo que hace una madre influye en su feto. Así, aparte de todo tipo de restricciones en la dieta, el catálogo de supersticiones a observar es amplísimo y va desde evitar bodas y funerales, el cotilleo, el pegamento o los disgustos hasta los colores estridentes, las carcajadas o los objetos punzantes. En China, el embarazo está considerado un período muy auspicioso para la madre pero, también, de extrema fragilidad (rayano en lo patológico). En una cultura de larga tradición agraria, como es la china, todos estos cuidados encontraban justificación, durante siglos, en apartar a la mujer de las duras labores del campo durante los meses previos y posteriores al nacimiento.
Existe un proverbio chino que define el parto como «un viaje a las puertas del Infierno». En este viaje, tradicionalmente, no acompaña el padre de la criatura pero sí la abuela paterna –en el caso del primer nieto– y la madre de la propia parturienta. Para facilitar la labor de expulsión, la medicina tradicional china recomienda la postura en cuclillas y dispone de una plétora de infusiones que ayudan a la madre a no gritar ni llorar para no atraer a los malos espíritus. Durante las primeras veinticuatro horas, tras el alumbramiento, a la madre se la recomienda no tener contacto con el bebé y comer su propia placenta para recuperarse del esfuerzo realizado. Una vez ha nacido la criatura, la madre debe guardar un mes de reposo… absoluto: no debe lavarse el pelo ni los dientes, ducharse, hablar demasiado, cargar con el bebé, cocinar ni realizar tareas domésticas, subir escaleras, ver la tele, leer, salir de casa, reírse, llorar ni exponerse a corrientes de aire. Los chinos piensan a largo plazo y la lógica de todas estas exigentes restricciones obedece a la creencia de que, tras el esfuerzo del parto, el cuerpo de la mujer se encuentra en un momento de máxima debilidad, con todos sus órganos expuestos a daños, lesiones, cambios de temperatura y traumas que –aunque no aparentes– acaban aflorando a lo largo del resto de la vida. Aunque exageradas (y no al alcance de cualquier mujer en una sociedad en la que esta ya se ha incorporado plenamente al mercado laboral), el porqué de todas estas medidas no es otro que mejorar la recuperación de la madre y su calidad de vida futura, fortaleciendo el vínculo afectivo con el recién nacido, pues el parto trae consigo un gran esfuerzo, desórdenes hormonales y pérdidas importantes de líquido y sangre. Esta, según la medicina tradicional china, transporta el 'chi', es decir, la 'fuerza vital' que alimenta todas las funciones del cuerpo. Así, cuando se pierde sangre, se pierde 'chi' y eso hace que se desequilibren el 'yin' y el 'yang' corporales –las fuerzas vitales opuestas que conviven en la naturaleza y en nuestro organismo–, lo cual genera trastornos físicos y psíquicos de todo tipo.
Esta 'cuarentena rigurosa' está cayendo en desuso pues, a menudo, conlleva más perjuicios que ventajas y, también, una mayor incidencia de la depresión postparto (probablemente justificada pues, tradicionalmente, quien cuidaba de la nueva madre no era su propia madre, sino su suegra). Pese a ello, en la sociedad china hiperactiva, hipercompetitiva e hiperacelerada actual, la mayoría de mujeres chinas (y de otros países asiáticos) todavía se pasan un ciclo lunar completo en casa, en pijama y casi completa inactividad, forradas en mantas y capas de ropa cuidando su dieta alimenticia (orientada a la reparación del sistema, la desintoxicación y el rejuvenecimiento, a través del consumo de alimentos ricos en hierro, colágeno, propiedades antiinflamatorias y generadoras de leche), para recuperar sus niveles de peso, energía, libido y entusiasmo previos al parto. Tal vez sea, gracias a todos estos cuidados y atenciones, por lo que los niños chinos ya nazcan con un año cumplido y listos para acometer la ardua tarea de aprender su idioma materno.
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