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El ácido ribonucleico (ARN) está de moda. Como el Real Madrid en la Champions, hace tan solo unos días ha ganado su tercer Nobel en esta década. Voy a intentar explicar aquí las razones que justifican este auténtico récord científico, ya que pocos avances impactarán ... a corto plazo más en nuestra salud.
Seguro que ustedes conocen que los genes, que regulan las funciones de nuestro cuerpo, están compuestos por ADN. Estas funciones dependen de proteínas y el ARN es la molécula encargada de su síntesis. El ARN es capaz de traducir el código genético del ADN en las proteínas que necesitamos para vivir. Pero vamos a hablar del ARN y los premios Nobel. Muchos compatriotas desconocen que la primera síntesis de ARN fue obra de Severo Ochoa, que recibió por ello el Nobel en el año 1959. Es más, Severo Ochoa fue sin duda el investigador que más contribuyó a desentrañar cómo se traslada la información del ADN al ARN para formar cada aminoácido, los ladrillos de cada proteína. Mereció por ello el segundo Nobel, pero es excepcional recibir un segundo galardón si lo has recibido ya.
En el año 2020, Emmanuele Carpentier y Jeniffer Doudna recibieron el Nobel por el descubrimiento de las técnicas CRISPR. Las CRISPR son en realidad secuencias de ARN capaces de cortar el ADN casi donde deseemos. Hay muchas enfermedades cuya causa es una mutación (cambio) en el ADN que se traduce en una proteína anómala. Estas técnicas CRISPR permiten cortar el ADN y reparar los genes. Aunque la manipulación genética hay que hacerla todavía con pies de plomo, las CRISPR ya han demostrado que pueden curar las primeras enfermedades hereditarias genéticamente determinadas y en muy pocos años su tratamiento de estas enfermedades (terapia génica) va a ser una realidad que cambiará nuestras vidas. Estas secuencias CRISPR fueron descritas por un modesto investigador español, Francis Mojica, que injustamente quedó fuera del reconocimiento de la Academia Sueca. Katalin Karikó y Drew Weissman fueron los galardonados el año pasado con el Nobel por la invención de un tipo revolucionario de vacunas, de nuevo basadas en un tipo de ARN, el ARN mensajero. Esta tecnología salvó innumerables vidas porque permitió fabricar vacunas frente al COVID-19 en un tiempo récord y, en contra de lo que se propagó en internet, sin modificar nuestro código genético. Mientras que las vacunas clásicas usan virus atenuados (por tanto, ADN, capaz de introducirse en el código genético), las nuevas vacunas de ARN mensajero van programadas para que nuestro organismo produzca las proteínas específicas que deseemos (por ejemplo, anticuerpos frente a un virus determinado), sin capacidad de modificar el código genético porque no administramos ADN. A partir de aquí las vacunas del futuro, mucho más seguras y selectivas, usarán ARN mensajero con instrucciones teledirigidas.
¿Y qué ha ocurrido este año? Frente a los pronósticos que leíamos en la prensa las últimas semanas, el ARN ha vuelto a ganar el Nobel. Concretamente un nuevo subtipo de pequeños fragmentos de ARN, que conocemos como microARN. Victor Ambros y Gary Ruvkum descubrieron hace 30 años este microARN, que se une al ARN convencional condicionando la expresión de las proteínas, que como hemos señalado son el producto de los genes. Se calcula que en nuestro cuerpo humano hay más de 30 billones de células y sabemos que todas tienen exactamente el mismo ADN, con alrededor de 20.000 genes. Que una célula de nuestro cuerpo sea una neurona o una célula del hígado o una célula del pulmón u otro tipo de célula depende de qué tipo de genes se expresen y se traduzcan en proteínas. Por poner un ejemplo fácil: todas las células de nuestro cuerpo tienen el gen de la insulina, pero solo las células del páncreas la producen. Esto se debe a la acción de los microARN, pequeños fragmentos de ARN capaces de unirse a nuestro viejo amigo el ARN y hacer que una determinada célula produzca o no un determinado tipo de proteína. Por tanto, la especialización de las células de nuestros órganos depende de los microARN, pero ¿qué ocurre si los microARN no funcionan convenientemente? Que las células pierden determinadas funciones o que las ven incrementadas y eso es lo que subyace enfermedades tales como el cáncer o determinadas enfermedades autoinmunes inflamatorias. El descubrimiento de estos microARN, y ahora conocemos más de 2.500, ha abierto una puerta más que esperanzadora en el conocimiento y en el tratamiento de muchas de las enfermedades que nos acechan a todos.
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