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«Niña guapa», le gritaban a la Princesa de Asturias cuando juró la Constitución en un acto tan significativo como espléndido en medio de una 'leonormanía' ilusionante. Se lo decían a voz en grito y aún siendo verdad se estaba rozando lo permisible con esa ... afirmación tirando a machista que diría Ione Belarra por muy veraz que pareciera. Desconozco que si el cántico fuera «niña fea» hubiera sido igual de criticable... habría que preguntarlo.
'La niña', le llamaban los separatistas en plan despectivo hasta hace poco a la princesa, expresión que abandonaron por su propio peso. Es que vivimos en un país 'sui generis', incomprensible a todas luces mirado desde fuera, desde donde se nos observa con curiosidad y comprensible estupefacción. Menos mal que a pesar de todo nos visitan. Tontos no son.
Nosotros sí lo parecemos, sin entrar en detalles que serían abrumadores. Somos una monarquía parlamentaria que es bendecida por una gran mayoría de la gente, pero nadie se identifica como monárquico, apenas 'juancarlista' o 'felipista' sin comprometerse más allá. Nadie se dice monárquico aunque lo sea.
Si excepcionalmente alguien afirma que lo es, se le mira como a un bicho raro; si además porta con orgullo una bandera de España se le califica de 'facha' y si dice que es católico practicante le toman por un blandito.
Aquí se pueden exhibir banderas palestinas o judías o de la hoz y el martillo o la tricolor republicana con entusiasmo, pero que a nadie se le ocurra mostrar una rojigualda con el águila de San Juan, símbolo de la reina Isabel la Católica que representaba a San Juan Evangelista, su santo querido, que era la que ilustraba nuestra Constitución del 78, porque entonces tendrá problemas. Cosas veredes…
Son éstas, fechas convulsas fuera y muy intensas dentro. Hace un par de días tomó juramento a la Constitución la Princesa de Asturias como comentábamos, cuya crónica se escribe fácil: emoción contenida de la Familia Real y de los ciudadanos, discurso pobre de la Presidenta del Congreso como era de esperar, que olvidó hablar de lo nuclear, es decir del futuro representado por una joven Princesa, aplausos generosos y prolongados de los diputados y ausencia llamativa del artífice de la Transición y gran defensor de los valores democráticos allí representados, el Rey Juan Carlos I, amén de la figura fantástica y bella de la princesa, en una ceremonia de afirmación constitucional no de afirmación monárquica como algunos defienden para justificar su incomparecencia.
El acto estuvo empañado por la presencia insultante de sillas vacías que representaban los propósitos antidemocráticos e inconstitucionales de algunos y de la colocación de otras muchas ocupadas por advenedizos e ignorantes a los que preocupa poco España y que votarán dentro de unos días fórmulas traicioneras tratando de justificar lo injustificable.
Sin embargo, sí fui testigo hace unos días de un acto importante de afirmación monárquica. Diría que se trató de una lección magistral de sensibilidad impartida por la Reina Sofía dedicada inconscientemente, sin mencionarlo, al pueblo español. Fue cuando las lágrimas le asaltaron al observar a su amigo, mi amigo, el rector Emilio Lora Tamayo, vencido ante la enfermedad y el deterioro, respirando con dificultad en el homenaje que se le tributó en la Universidad Camilo José Cela (CJC), acto al que tuve el privilegio de asistir. El mismo rector que se cesó en la UIMP gracias a esos desatinos interesados de la política que en este caso se quiso justificar por un reparto de cuota poniendo al frente a una mujer que no se cargó nuestra universidad de milagro. Menos mal que todo pudo enderezarse después con una gestión adecuada.
La emoción expresada por la abuela ante el sufrimiento, en vísperas de la mayoría de edad de su nieta y el juramento de Leonor de Borbón, le habrá significado a la princesa una lección impagable de cercanía con el pueblo que al fin y al cabo es a quiénes irán dirigidos sus desvelos. Ella representará la unidad de los pueblos de España que algunos ilusos creen que pueden comprometer después de más de 500 años. La princesa, ya de la generación digital, no puede representar mejor lo que queda por venir. Todo un orgullo.
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