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Existen acontecimientos, cosas que suceden, tan sorprendentes que no tienen explicación. Hay otras, en las que uno dice «no me lo explico» porque se hace un análisis superficial, pero si se profundiza en ellas yendo al meollo, si se rasca un poco, se verá que ... existen razones sobradas para justificarlas.
Expresiones como esa hacen furor a tenor del resultado de las últimas elecciones generales celebradas en nuestro país 'a la parrilla' el pasado día 23 de julio, aguzando la discusión más o menos sosegada de los votantes. Sobre todo entre los ganadores, que es lo curioso. Les diría, copiando a Oscar Wilde en 'De Profundis' –uno de los textos más bellos de la historia de la literatura, escrito desde la cárcel de Reading–, «el vicio supremo es la superficialidad».
Los partidos políticos tampoco cesan estos días de reflexionar sobre lo acontecido para tratar de explicar en sus ejecutivas, asambleas o juntas directivas, que sin duda han ganado las elecciones. Sólo las ganó uno pero, sorprendentemente, los ganadores fueron al menos cuatro, una especie de engañabobos ritual que se reproduce en cada consulta.
También se están atreviendo a analizarlo a posteriori todas las empresas encuestadoras –mientras, a la vez, reparten dividendos– sin haber acertado nada y con pleno desparpajo y caradura.
Pero el análisis que vale, el de oro en paño guardado con elegancia, es el de los ciudadanos. Siempre franco en tiempo post-electoral, mientras la confesión pre-electoral puede estar viciada. Ahora no, ahora ya se puede abrir la ventana de la expresión del sentimiento, la que da a la calle, para ser capaz de percibir un estado entusiasta, satisfactorio, satisfactorio a medias o de fracaso.
Este último es la más extendido, como consecuencia de una mala ley electoral, discriminatoria de territorios y de votos que castiga al que ha ganado con gran ventaja y permite las componendas de perdedores que ahora amenazan de nuevo con proyectos frankestein antipatriotas y despilfarradores uniendo a 26 partidos –entre ellos comunistas, separatistas y proetarras– que, conociendo al muñidor, el presidente Sánchez, no alberguen la menor duda de que será capaz de presenciar la ruptura de España, hacerle una parrillada-homenaje a Puigdemont y de comprar casa de veraneo en Marruecos con tal de seguir viviendo en La Moncloa con el Falcon a su vera.
Esa vida muelle que siempre anheló y que hay que decir que en ese deseo no engañó a nadie. Esta vez, por mucho lamento que se escuche ya no hubo necesidad de las mentiras estratoféricas de antaño que le hacían dormir mal para poder rascar esos, más o menos, 120 escaños de siempre.
La queja de la ciudadanía sigue teniendo sentido, pero que no se engañen, esta vez no hubo truco, ya se conocía el percal y siendo barato se compró, poco pero suficiente, conociendo su mala calidad para confeccionar un vestido de convivencia entre las dos Españas. Esa es la verdad, la verdad sea dicha.
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