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Esta última semana se han estado celebrando efemérides diversas con esa costumbre arraigada de dedicar un día a cada cosa. El Día del Trabajo por ejemplo, tradicionalmente reivindicativo, que mucha gente trabajadora acompañaba de sana ilusión y que ahora se celebra un tanto descafeinada a ... pesar de la presencia de destacados miembros del partido comunista en el Gobierno. Quizá esa merma de intensidad puede ser debida en gran parte a la cómoda posición de los actuales dirigentes sindicales adormecidos por la subvención, el partidismo y el fular, que les induce una mirada más lejana de los problemas del mundo obrero. Podríamos decir que 'por la mañana no hacen nada y por la tarde lo pasan a limpio'… todo por no incomodar al gobierno patrocinador.
También se recordó en estas fechas pasadas la existencia de enfermedades devastadoras que requieren atención, uno fue el Día de la ELA (esclerosis lateral amiotrófica) para cuya lucha sólo disponemos de pobres conductas paliativas. Personas tan valerosas como Juan Carlos Unzué nos recordaron a los demás, con una generosidad sin límites, la necesidad de una mejor comprensión por parte de la sociedad de los problemas que padece todo paciente que sufre esa cruel degeneración neuronal paulatina capaz de producir una gran incapacidad y para la que no existe todavía un tratamiento curativo. Fue una buena oportunidad para no olvidarlo en el resto del año.
Menor importancia pudiéramos concederle al Día del Ruido que sube y sube sin control como todo lo demás ahora, como pago al contado del progreso.
Pero lo que estos días conmemoramos con solemnidad es el Día del Libro, fecha universal compartida sobre todo porque se trata más del 'Día del Lector', que en el fondo es lo que es.
Hay que reconocer, sin embargo, en esta España diversa, que es en Cataluña más que en otras regiones donde el Día del Libro alcanza mayor repercusión. Aunque todos los días del año son buenos para regalar un libro, si se hace en un día señalado para ello, a quien uno ama y acompañado de una rosa, 'es la repanocha'.
Un gran acierto la implantación de tal efemérides debido además a la feliz intervención de un valenciano afincado en Barcelona, Vicente Clavel Andrés, a principios del siglo pasado. Tiene su recuerdo una bella y curiosa historia de españolidad detrás, por mucho que moleste hoy a algunos herederos minúsculos de aquella burguesía ilustrada y lectora cuya representación actual se distrae en la búsqueda de una identidad inventada olvidando la benefactora brisa de la cultura y el ánimo lector de antaño. Tiempos veredes.
Ese día 23 de abril quiere recordar la curiosa coincidencia de la fecha de la muerte de Cervantes, Shakespeare y el inca Garcilaso de la Vega padres de la literatura universal escogida por la Unesco en 1996 a sugerencia y petición del Gobierno español. Se pretendía así reconocer en el día de san Jordi, la fecha que un catalán en 1923 propuso desde la presidencia de la Cámara Oficial del Libro para toda España. Que fue refrendada más tarde por Alfonso XIII, en 1926, conmemorando un día al año para la defensa del español que hoy hablan unos 600 millones de personas y también del catalán, el euskera y el gallego de uso más restringido sobre todo a sus áreas geográficas y que no necesitan de porcentajes ni de inmersiones para su convivencia y desarrollo aunque sí requieran de su cuidado.
Si estas líneas son útiles para hacer un pequeño homenaje al libro desde la mirada interesada de un lector empedernido que puede confesar la intención de llegar a ser 'lector ideal' tal y como fue descrito por el argentino Alberto Manguel (sirva también de homenaje a las letras hispanoamericanas) que tendría que alcanzar a ser, según él : «Generoso y codicioso a la vez, compartiendo además la ética de Don Quijote, el anhelo de Madame Bovary, la lujuria de Thérese Raquin, el espíritu aventurero de Ulises y el gusto de Zazie», pero que no aclaraba por qué la lectura no era el menor de sus 'Vicios Solitarios', su mejor obra, que van de Pinocho a Gaudí sin estación intermedia. Ese Gaudí modernista de la Casa Batlló representando el dragón abatido por san Jordi que aún siendo construido en 1905-1906 anunciaba ya la presencia de un san Jorge imprescindible siempre en Aragón y Cataluña.
Nostalgia en ese día también causada en el recuerdo de un cántabro ilustre, Pancho Pérez, que tanto paseó desde aquí hacia el otro lado del Atlántico el buen nombre de nuestras letras a través de la Fundación Santillana y de la UTE ( Unión Internacional de Editores) que él impulsaba anualmente reuniéndolos cada verano al cobijo de la UIMP y el Palacio de La Magdalena. Todavía nuestro ánimo alberga su recuerdo cada vez que se hace camino sobre las piedras medievales de Santillana y apreciamos la Torre de Don Borja.
Si hay un día para cada cosa y sirve para recordar a los grandes, ¡qué bien está!
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