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Siguiendo a Cervantes en una de sus 'Novelas Ejemplares' aparece un comentario tan premonitorio como oportuno que explicaría muy bien el resultado de las elecciones autonómicas en Galicia, en cierta medida inesperado por contundente. Se aborda en 'Coloquio de Perros', una obra insertada en otra –' ... El Casamiento Engañoso'– en la cual objetos y personajes no parecen ser lo que son. Ahora se le atribuye separada, dentro de ese género tan español como es el de la picaresca. Constituye una prosa satírica que forma parte de la filosofía cínica que tan bien manejaba nuestro maestro universal y padre de las letras españolas.
Aparece así en el texto: «Lo que el cielo quiere que suceda, no hay diligencia ni sabiduría humana que lo pueda corregir», puesto en boca uno de sus actores, Cipión, un perro que conversa al anochecer con su compañero Berganza, que también posee a esas horas la facultad increíble de poder hablar, gracias a la cuál se enfrascan en largas parrafadas contando vida y milagros de sus amos –sobre todo de sus viajes–, analizando el momento social y político en el que viven. Casi siempre acaban criticando al gobierno de turno (la corte de Felipe III), además de gozar, por supuesto, de la corrección divina de sus defectos. Es decir, la Providencia detrás, tomando cartas en el asunto y ejerciendo una supervisión necesaria… Algo así como lo que debió de acontecer en las recientes elecciones gallegas del 18F, probablemente más determinantes para el futuro de lo que ahora se quiere hacer ver desde algunos ámbitos relacionados con el Gobierno, dejando al descubierto, tal y como decía Ortega en su época (1932), y que se podría aplicar ahora: «La política en el momento actual no ha concitado en muchos casos a nuestros mejores hombres».
Si, por ejemplo, Berganza y Cipión repitiesen hoy esas largas conversaciones que mantuvieron en castellano antiguo en Valladolid y los trasladáramos de Castilla hasta Galicia cuatro siglos después (desde 1.613) a lomos de un alarde de inteligencia artificial hasta los pies de la Torre de Hércules en La Coruña y atendiéramos a sus explicaciones de lo que pudo suceder en las elecciones del pasado domingo, estamos seguros de que lo explicarían más o menos así: «Los gallegos no se sabe bien si suben o bajan de una escalera, pero vaya si saben votar», diría Cipión, que estaba un poco más escorado a la derecha. Y seguramente añadiría «es que con la comunista de Fene en las listas, aliada con el Gobierno… la conocemos muy bien por aquí y los gallegos nos movilizamos en un plis-plas…». «Venía recién llegada de reunirse con el Papa Francisco que generosamente la recibió en plena campaña electoral», respondería Berganza , «y seguramente agotada de buscar bolitas de plástico o más bien 'votos escondidos', por las playas 'da costa da morte», sentenciaría con sorna Cipión. Y así continuarían durante horas de animada conversación.
«¿Y lo del Bloque? ¿Qué te parece? Porque defiende la amnistía». «Pues que fue un voto-refugio para no hacerlo al PSOE o sobre todo a Sumar o a Podemos, porque por aquí a esta gente se les conoce perfectamente a pesar de su nueva piel de cordero y además se sabe el tipo de partidos tremendos que lo constituyeron en los años ochenta». «Tocaron techo y volverán a su lugar de ultraizquierda desde donde salieron sólo un ratito». Para añadir: «Esto, como ves, no es el País Vasco ni mucho menos Cataluña ¿O creyeron que iban a ver a Puigdemont bajo el botafumeiro de la Catedral o a los bilduetarras celebrando homenajes en la Plaza del Obradoiro?».
«Por aquí entonces se les conoce bien, ¿no?» preguntó tímidamente Berganza . «¡Vaya si se les conoce!» respondería, esta vez 'enfurruñado' (palabra muy gallega), Cipion, usando gesto de enfado y una frase demoledora en ese idioma que conocía bien aprendida de su último dueño: «¿Ou non te lembras daqueles tempos, charlatan? (O no recuerdas aquellos tiempos, charlatán)», sentenció. «¡Oye!», exclamó ya más calmado, es que vaya paliza le metió Feijóo a Sánchez. «Fue un resultado de rugby, un 40 a 9 nada menos,que manda carallo'».
Y se fueron a su caseta moviendo frenéticamente el rabo y dando gracias a Dios sabiendo como sabían que el Señor había intervenido de alguna manera.
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