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Así, con corazones de madera se premiaba en mi colegio mayor la iniquidad, la falta de compañerismo, el abandono del grupo o al egoísta. Aquel que obtenía tan miserable galardón estaba sentenciado para la convivencia y generalmente tenía que abandonar el colegio al poco tiempo. ... Era un buen ejercicio de purificación.
Todavía hoy entre nosotros nos referimos a la traición, a la maldad o al comportamiento sibilino o malévolo en esos términos, adjudicando esos preciados o mejor, 'despreciados' galardones.
Excepcionalmente, también se concedía el corazón de oro a aquellas personas que habían dado muestras de compañerismo, de fraternidad o se habían enfrentado en tiempos difíciles, en defensa de nuestras cosas. Todo obviamente sin internet y manejando la vida entre el estudio, las tertulias y la convivencia.
Hoy se hace de otra manera , pero se hace, y Valencia en medio del caos, la destrucción, el lodo y la muerte, fue un escenario a la vista de todos que ha dejado al descubierto a los que nos gobiernan mientras tomaban decisiones erróneas, incompetentes y lamentables que originaron el caos más preocupados por lo sucio de la política que por salvar las vidas de la gente. Ellos eran los que portaban unos enormes corazones de madera.
Pero también, afortunadamente, se vivieron otras cosas referidas al comportamiento de nuestros reyes o de nuestros jóvenes, los del corazón de oro en medio del barro, que obligan asimismo a la reflexión al observar a pecho descubierto a todos los actores, como si se les hubiera practicado una toracotomía que dejase sus corazones a la vista.
Recuerdo una novela 'Memorias de un Hombre de Madera', de Andrés Ibáñez, de hace unos 15 años, que quería ser autobiográfica y en la que mezclaba realidad y ficción y confesaba su deseo «secreto, abrasador y único» – decía– de convertirse en una verdadera persona al estilo de Pinocchio que también era de madera, quería transformarse en niño.
Una transformación similar necesitarían los dos gobiernos responsables de las peores consecuencias de la catástrofe. Sólo transformándose en personas se hubieran evitado comportamientos tan negligentes y crueles como el que representó la consejera encargada de la morgue en la Ciudad de La Justicia que trató a los familiares de los desaparecidos con crueldad infinita y que todavía ha sido cesada en estos momentos. O la que representaban los desalmados que robaban en medio de la destrucción. Gente que sobra.
Que se cambien a los responsables, pero ya desde su casa y que cuelguen ese maldito chaleco rojo ribeteado símbolo de la torpeza, mientras la sensatez y la recuperación de la vida avance sin ellos. Los presidentes de ambos gobiernos, el Sr. Mazón y el Sr.Sánchez, deberían de afrontar su irresponsabilidad y marcharse que ya se acercará a ellos la justicia. Que esperen allí un momento.
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