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Cuando conmemoramos la Constitución todos los años en estas fechas, nos queda siempre la misma sensación: algo no es como quisiéramos que fuere; algo resulta diferente a como estaba diseñado. Porque se hizo con entusiasmo generoso, tras un reencuentro pleno de cesiones, de abrazos que ... ni pintados (Genovés, 1976) y de olvidos difíciles de asumir… pero asumidos. Todo para proteger a nuestra ley de leyes que no es perfecta pero la tenemos y continuamente, sin embargo, permitimos que sea zarandeada.
Tal parece a veces, que tuviéramos que representarla con 'la camisa rota' como canta Estopa, nuestros geniales autores, en 'todo Camarón', su obra de voz rasgada más representativa.
Generalmente ya comenzamos las legislaturas en nuestra monarquía parlamentaria –que afortunadamente nos hemos dado– buscando la confrontación y permitiendo jurar o prometer a algunos diputados en las Cortes como a propios mimos o payasos, dos artes nobles en lugar equivocado, que, con palabras ridículas sobre nuestra Constitución y siempre tratando de insultarla o de menospreciarla a través de gestos vergonzosos, provocan tensión dentro de nuestras propias paredes. Y se lo permitimos.
No se explica, además, teniendo como tenemos reglamentos y leyes que exigen respeto y podrían impedirlo dejando fuera de la casa de todos a aquellos que accedan a ella tan solo para intentar romper nuestra convivencia y destruir España, manchando nuestras instituciones y queriendo comprometerlas. Desconocemos las razones que lo justifiquen como no sea la ofensa descarada, pero se permite. Porque, entre todos, habíamos diseñado en 1978 una Constitución votada generosa, clara y masivamente. Una especie de 'La Ruta de La Seda' que desde las hojas de morera de nuestra nueva Carta Magna, que aunque suena cursi, nos transformaría paso a paso, si la camináramos completa, hacia ese estado de bienestar que buscamos. Y ahora que lo teníamos casi conseguido lo estamos dejando escapar entre las manos. Lo curioso es que aún presenciándolo ante nuestros ojos no lo impedimos, quizá porque desconocemos la fórmula adecuada. Pero la encontraremos entre todos sin duda, como otras veces y esta vez juntos, pero no revueltos. Porque, a pesar de todo, el día de la Constitución, es fecha para celebrar y reintentarlo, deteniéndonos un tiempo a observar lo conseguido y tomar un nuevo impulso para seguir con mínimos tropezones. Es ésta una fecha ideal para tratar de prometer y hacer cumplir aquella ruta que teníamos dibujada, pero acompasando el paso otra vez y tropezando lo menos posible. Eso sí, sin ser fatuos «esos imbéciles con linda voz» que decía Borges.
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