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Ya saben, ahora se habla mucho de cocina, de tal forma que, para estar a la altura cuando sale el tema, se requiere tal almacén de conocimiento que si uno es modesto en el saber de la ciencia culinaria, como es el caso, si puede ... huye del asunto y créanme que no es nada fácil de eludir. Se cae en el ridículo con facilidad teniendo en cuenta que nuestro único ámbito de defensa entre fogones es la 'fritanga' y esa especialización está muy desprestigiada actualmente entre los que saben de eso, es como 'mentar la bicha' y los maestros, que nunca faltan, se ponen insoportables.
Sinceramente, creo excesiva la preocupación por la cocina y la buena mesa aun reconociendo nuestros grandes éxitos internacionales en ese campo. Es imposible escapar del tema en la televisión, en la calle o en cualquier tertulia. Estamos auténticamente empachados de masa madre y de florituras, una auténtica pesadilla de recomendaciones y de «Mmmm, qué bueno está» que se hace insoportable.
Desde luego, somos punteros en la guía Michelin…. pero también distinguidos en michelines y en tripa cervecera cuidadosamente sembrada, que circundan la superficie abdominal de mucha gente como un cinturón mullido e insolente y eso habría que tenerlo en cuenta.
Recuerdo un comentario demoledor de un profesor extranjero invitado en mi departamento: «Por lo que pude ver, tienen vds. las mujeres más hermosas del mundo y los hombres de los más elegantes, pero casi todos con exceso de kilos, ¿cómo es posible?». Salí del apuro como pude en la defensa heroica de lo nuestro y de la alabada dieta mediterránea y me clavó un nuevo gol: «Si yo estoy hablando de cantidad, no de calidad indiscutible, querido colega»… Y tenía razón. Efectivamente así es la cosa tal y como puede comprobarse apenas con un vistazo alrededor. La realidad es que los kilos de más son endémicos y evidentes en nuestro país y no hablan muy bien de nuestros hábitos sanos y deportivos.
Estamos empachados de la comida y de hablar de ella. Deberíamos de ser capaces de comer bien y de que no se nos note alrededor de la silueta ni en la atmósfera de nuestros temas de conversación. Eso de aperitivo, dos platos y postre, todo regadito con un buen vino y a diario… Tendríamos que hacer como las mujeres que se pintan bien, que son las que se maquillan sin que se les note. Y desde luego vivir una vida tan natural y astringente como el zumo de pomelo. No olvidemos que el mejor estilo es aquel que no se percibe.
Sin embargo, hablando de comida, lo que de verdad produce empacho es otro tema: el asunto catalán. Será mejor que ellos se lo guisen y se lo coman. No se puede soportar tanta ignominia radiada o televisada, bien embadurnada de chantajes, desplantes o insultos de los separatistas envalentonados por un 'sí señor' permanente del Gobierno ante sus peticiones interminables que insultan a la gente decente y a la inteligencia más elemental.
Ese fomento desaprensivo e inconsciente de las dos Españas, que se practicaba («la derecha o fachosfera y nosotros», se decía desde Moncloa) se ha transformado en el diseño de las tres o cuatro Españas que no sabemos hacia donde nos lleva.
El uso del 'boquita qué pedís' para dar respuesta a quienes quieren destruir España produce un empacho indescriptible que ya no se puede combatir con bicarbonato ni con omeprazol. Nada como el lavado de estómago para estas cosas o directamente el vómito compulsivo.
Que se enteren los que mandan: padecemos empacho de traición, malversación, asimetrías, actitud cobarde y robo, todo aderezado de insultos envalentonados y difamaciones que tratan de ocultar el quid de la cuestión: la usurpación del Estado en Cataluña y la exoneración de los Puyol –o mejor Puyoles–, Oriol, Puigdemont y demás separatistas, malversadores y sediciosos.
Por ello tenemos que reclamar que nos alcance la amnistía también a nosotros. Estamos empachados y no queremos seguir viendo, escuchando o padeciendo a esa gente en otro idioma que no sea el de todos y tenemos derecho a reclamar que no se hable de ellos continuamente ni se nos muestren a diario en la televisión ni se les tenga que escuchar sus improperios una y otra vez, además de pormenorizar a diario nuestras concesiones y entregas llevándoselo crudo.
Tenemos derecho a prescindir de su imagen siempre irritada, antiestética y envalentonada. Estamos empachados. ¡Ah! Y eso sí, que no nos toquen la pasta que en el fondo es lo único que quieren. Hagamos que las concesiones les resulten como el sushi… que es un falso crudo.
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