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Nuestra vida se consume en la búsqueda de la felicidad sin darnos cuenta de que, a menudo, «aquel bien pleno y perfecto» tiene más de dos mitades y que eso puede complicar su hallazgo. No es sencillo tropezar con ella en lo colectivo y muchas ... veces no lo es ni tan siquiera rozarla en lo personal.
Esta época en la que vivimos, aunque ciertamente convulsa, no es de las más difíciles en comparación con otras. Se ha avanzado en el confort y el conocimiento, se ha alargado mucho la esperanza de vida hasta doblarla en expectativas –hace poco más de un siglo uno se iba a los 40 y ahora, en cambio, se va a los 80– se ha progresado en lo social y se ha mejorado el confort de las viviendas y de las ciudades con unas expectativas de cine y además sin guerras en unos cuantos años, aunque habiten en cercanía... Pero ni con esas.
Seguimos «entre la España y la pared» (Trapiello) . He ahí la historia de nuestra vida, he ahí la España de hoy: siempre buscando el conflicto denodadamente cuando podíamos tener quietud, siempre entre la irritación y la controversia cuando podíamos tener templanza y disfrute. «Cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo espanta moscas», dice el refrán.
Presumiblemente, el bienestar conseguido, la prosperidad, nos lleva a estas cosas. Hace poco, más bien hace nada, en los 80, el terrorismo etarra asesinaba a dos o tres personas cada semana y existía un enorme desconcierto autonómico en los primeros pasos de una nueva democracia que nos habíamos dado, ese Estado de las Autonomías diseñado con prisas por Suárez, Abril y Clavero Arévalo que no aportaba en plenitud, en aquel momento, esa serenidad buscada, la estabilidad.
Ello originó que una camarilla de 'iluminados', aprovechándose de la situación de debilidad, promoviera un golpe de estado que finalmente terminó siendo una chapuza en su desarrollo. Fue, por fortuna para el país, una mala copia en vodevil de aquella «Operación Massu» en Francia («23F, el Rey y sus secretos», Jesús Palacios) que encumbró al soberbio De Gaulle, el autor de «Le fil de l'épée», a la Presidencia de Francia y a la constitución de su V República. No teníamos por aquí un Massu ni un Guy Mollet sino un Tejero de risa; ni un De Gaulle sino un Armada o un Milans obcecados y ciegos, pero sobre todo había un gran Rey que lo paró todo y nos libró del desaguisado en un plis-plas.
Ahora también se está tensando la cuerda. Y mientras deberíamos estar disfrutando de la calle, de su terraceo y de la prosperidad conseguida a lo largo de estas últimas décadas, nos vemos rodeados de controversia y decisiones antipatriotas que se asemejan bastante a comportamientos bolivarianos y caudillistas urdidos con el solo objetivo de la permanencia en el poder.
Se puede pensar que todo tiene un límite y que esa ilusión enloquecida del separatismo abusivo de un puñado de odiadores de España –algunos, por desgracia, sentados hoy en el Parlamento por obra y gracia de una ley electoral ridícula– podría acabar con nuestra convivencia en paz. Tienen el objetivo de que nos hagamos daño los unos a los otros mientras promueven las dos Españas, cuando en realidad no quieren a ninguna.
En un momento tan delicado, ¿no podrían recuperarse la cordura y la sensatez olvidando la concesión ilimitada de prebendas separatistas que tan solo buscan la destrucción del Estado?. «España, una, grande y libre» asusta aún siendo un buen eslogan. No tienten.
«La ventaja que nosotros tenemos sobre Proust es que hemos leído a Proust» decía Eloy Tizón. La ventaja que nosotros tenemos es que ya hemos vivido en el pasado etapas similares a las de ahora y siempre se han resuelto permaneciendo unidos, tal y como nos recordó hace unos días Felipe VI en su discurso de Navidad.
Nosotros no tenemos que retroceder a formas de vida del pasado, de los incas, de los cítaros, para buscar ejemplos. Los tenemos en nuestra propia experiencia y podemos asegurar que para esas situaciones o parecidas, mejor es un Cuento de Navidad de Charles Dickens –sobre todo estos días– que esas malas historias vividas en momentos recientes reflejadas en nuestro espejo retrovisor no tan lejanas, sobre las que «peor es meneallo» que decía Don Quijote.
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