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Es «contra la pared» una de las frases más demoledoras de nuestro vocabulario. De las más temidas, que sin ser un ex abrupto, así se interpreta al convertirse en grito autoritario, muchas veces zafio y siempre desagradable.
Allí, se sitúa al sospechoso, al delincuente o ... al detenido mientras se le inmoviliza. Era el lugar donde se condenaba en los castigos escolares hoy felizmente erradicados. Eso sin querer recordar que allí contra la pared, se cometen los mayores crímenes de guerra.
También se refugia cual pintada contra ella, el mendigo exponiendo su fracaso y nuestra maldad insolidaria. No se reservan para ese lugar, como vemos, los actos más nobles de nuestro existir.
Ahora sufrimos uno nuevo -o no tan nuevo, pero más numeroso- una muestra más, poco ejemplarizante, contra la pared: las orinas de los perros en nuestras calles y plazas asfaltadas. Sus pises, sus meadas o como quieran llamarlo de forma más o menos refinada. Un diluvio en cascada que ocupa aceras, paredes y portales de nuestras viviendas.
Se ha legislado mucho últimamente sobre animales domésticos, especialmente muchas veces referido a los perros a través sobre todo de una sofisticada (¿necesaria?) Ley de Protección de los Derechos y el Bienestar de los Animales, de reciente puesta en marcha, a los que incluso ahora en algunos ayuntamientos se les reserva plaza en las playas para sus travesuras y baños que mitiguen los calores. No está mal, si se puede.
Ese no es el tema sobre la mesa que estas líneas quieren poner de manifiesto con la autoridad que puede conceder el haber gozado de la compañía de perros (4) de diferentes razas y colores, pero dándoles siempre espacio abierto, lugar adecuado para descansar, cuidado necesario y cariño preciso.
Se pueden observar facilmente por toda la ciudad las innumerables cascadas de orina que inundan aceras, portales y paredes de toda la calle o vía, especialmente las del centro, bien mezcladas con terrazas, coches de niños y gente, en un cóctel insalubre después de que cientos (¿miles?) de propietarios de mascotas les hayan sacado a miccionar -casi siempre tempranito-, hasta situarse estratégicamente y soltar correa mientras se mira para otro lado, en un gesto tan avergonzado como vergonzoso.
Un auténtico problema de salud pública que hubiera necesitado legislación adecuada acorde al riesgo sanitario. La está requiriendo más clara.
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