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Hace ya tiempo que se abandonó en la liturgia de la Iglesia el uso del púlpito en la homilía para transmitir su doctrina y sus leyes milenarias que a veces son difíciles de explicar por mucho que el Nuevo Testamento –con sus veintisiete libros admitidos ... como canónicos desde el s.II d.C.– constituyan el conjunto de libros más vendidos de la historia, pero resulta complicado ponerlos en contexto.
Se hacían comprender desde ese artilugio arquitectónico que no falta todavía en nuestras iglesias y catedrales. Eso sí, el púlpito, como es lógico, ya sólo representa en ellas un elemento visual, decorativo y artístico a conservar.
Deberían de seguir existiendo, en todo caso, estratégicamente colocados, en calles, plazas y parlamentos, para hacer volar la palabra sobre las cabezas de la gente; que a la Iglesia, acertadamente, le pareció un gesto poco humilde, pero que a la sociedad a lo mejor le serviría para estimular conciencias que muchas veces hoy abandonan principios e ideales en un mundo complicado para la defensa de las ideas, de los valores o de la familia.
Así podría exponerse una especie de 'Grito' de Munch en sus cuatro versiones, que reflejase bien la ansiedad y la angustia del momento como él quiso transmitir en los ya lejanos años de finales del XIX. Por otro lado, nada fáciles tampoco.
Es que nos encontramos en un momento que apreciamos crucial, difícil de gestionar, al observar alrededor a una sociedad conformista y entregada en un mundo surcado de guerras, tensiones y populismos, mientras sólo se practica desde aquí el terraceo, el botellón, las fiestas, los conciertos y los empujones entre la gente, eso sí, con mariconera en ristre para que no se nos caiga el móvil… que sería perderlo todo… lo poco que se tiene.
Una especie de barullo que lleva a cocinar ante la Catedral de Santiago con un hornillo o en barbacoa de carne quemada encima de sus piedras nobles o a arrasar literalmente los jardines del Generalife robando sus flores para colocarlas en el ojal de la desvergüenza. Así es ahora este mundo durmiente que nos hemos fabricado y que está pidiendo también a gritos una revolución, como cuando Platón, desencantado de la democracia –que había condenado a muerte sin pruebas a su maestro Sócrates–, se convirtió en un gran crítico de aquel régimen político proponiendo el gobierno de los filósofos.
Sin desear tal suerte y en defensa de la propia democracia, sí sería un buen momento para reflexionar sobre si vivimos en una democracia plena.
Estamos como aquellos últimos impresionistas que fueron los primeros directores y heróicos iniciadores del cine (hermanos Lumiere, Renoir hijo del pintor y otros). Estamos en un momento de cambio social tal y como fue aquel y hay que organizarlo desde el púlpito para que todo el mundo lo oiga y los cambios no nos destruyan: lo haga quien lo haga, que lo haga bien.
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