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Últimamente es difícil el poder vivir esos pequeños momentos de fascinación que suelen aparecer en nuestras vidas: eran fugaces, pero con cierto misterio inolvidable. Ahora, todo son perezas.
Se pierden, junto a otras cosas, a consecuencia del puro escepticismo que nos invade… y cuantos más ... años se tienen, más ataca despiadado. Contagioso, como si de una gripe tosedora se tratara.
Aunque sabemos que desde luego nacimos escépticos, es decir, humanos, pero con la peculiar ventaja de que lo escéptico puede ser combatido. Pirrón de Elis (360-270 a.C.), filósofo griego que lo padecía en grado sumo, nos dio las mejores muestras de duda ante verdades evidentes y tradiciones de su cultura, apuntalándolas con sus propias soluciones, pero claro, eran sólo para sus flaquezas. Es que el escéptico no es más que quién busca permanentemente la verdad y duda. El hombre se lo plantea en lo religioso o fuera de ese ámbito individual, y no siempre con buena intención: «Duda siempre que la verdad existe», decía Michel de Montaigne y también Hume, Descartes y otros pensadores que reflexionaron sobre ello durante el Renacimiento y la Edad Media. Es decir, la duda en el conocimiento de algo, en caso de que éste exista.
Por ahí se cuelan todo tipo de consideraciones sobre el escepticismo que han hecho mucho daño al concepto religioso: crearon escuelas, variables y muchas herejías sobre los libros sagrados, que toda religión respeta. Pero, sin referirnos ahora a ese escepticismo religioso –porque requeriría un enorme e importante capítulo–, lo que nos ocupa, lo que nos preocupa en la sociedad de hoy es por desgracia lo que podríamos denominar: 'nueva patología' o desconfianza/duda de todo, especialmente sobre lo que hagan los que nos gobiernan. Nos han mentido tanto, que ya no sabemos cuando dicen la verdad. No se sopesa bien el daño que se hizo con el triunfo de este peculiar escepticismo. Se trata de un 'qué más da' pleno de indiferencia ante hechos y conflictos sociales que se evalúan con torpeza, a pesar de su importancia y de lo que dispongan gobernantes valiosos y honrados –que existen– a los que tampoco se les tiene en cuenta y eso ni resuelve ni aporta soluciones. Solamente es cómodo.
Y son muchos los problemas: separatismo, inmigración, vivienda, violencia contra la mujer, contaminación… representan líos tan gordos que requieren esfuerzo permanente, nunca esa especie de duda existencial. Pero esta sociedad no está dispuesta a comprarlo a su alto precio mientras vive en un terraceo apabullante.
Y además la responsabilidad de su resolución no siempre depende de ellos, de los que disponen, los que nos gobiernan, a los que es sencillo inculpar porque lo ponen fácil. Pareciera que la gente eligiera a malos gobernantes para eludir su responsabilidad. Sólo así podrían explicarse algunas cosas del pasado reciente. ¿Me oye bien?, dice un anuncio en las tv. Si se nos hiciera esa misma pregunta sobre alguno de nuestros problemas acuciantes, responderíamos asimismo «sí, sí, perfectamente»… pero encogiendo los hombros. Puro escepticismo.
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