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El Silencio de los Inocentes' forma parte de una trilogía de novelas con gran éxito de Thomas Harris. La primera de ellas fue llevada al cine y su comercialización supuso un enorme fracaso. Cuando Jonathan Demme se propuso rodar la segunda con el título transformado ... de 'El Silencio de los Corderos' le costó mucho encontrar patrocinadores, pero los encontró y, además, convenció a Antony Hopkins (Haníbal Lecter) y a Jodie Foster (Clarice Starlir) para que los interpretaran.
Se estrenó hace ahora 30 años obteniendo todos los Oscar importantes posibles de la Academia Americana del Cine: mejor película, compitiendo nada menos que con las magníficas 'JFK' y 'El Príncipe de Las Mareas'; mejor actor principal para Hopkins, compitiendo con el mejor Nick Nolte de su carrera; mejor actriz para Jodie Foster, mejor dirección para Demme y algún otro premio más, recaudando nada menos que 275 millones de dólares de aquella época –había costado 19– y asustó, estremeció e hizo temblar a muchos millones de espectadores impactados ante una historia tan sobrecogedora.
Hoy se encuentra en un buen lugar en la historia del cine tratando de demostrar la injusticia de los silencios. El silencio a menudo es más reprobable que la controversia o la polémica, suele ser vergonzoso y si se detecta supone siempre una carga de indignidad mucho mayor que una denuncia.
Mucho silencio y mucha mentira se perciben frecuentemente en la política y en la sociedad: la mentira se acaba casi siempre haciendo visible como quedó demostrado en las urnas días pasados en las elecciones municipales y autonómicas y que, a nuestro juicio, será refrendado en plena calima, en las generalas del próximo mes de Julio. «Suele mentirse tanto como se respira o se pestañea, pero mentir en el amor –o en la política– es más difícil, porque siempre en el beso suenan las alarmas» ('El Mundo que Respiro'. Mario Benedetti). Así es, y a menudo se detecta.
Pero el silencio no va de cara y generalmente alberga la cobardía. Mucho silencio se detectó en determinados ámbitos de la sociedad civil en el pasado reciente ante leyes de carácter puramente ideológico que quieren cambiar nuestro modelo de convivencia a través sobre todo del deterioro de las instituciones y de la liquidación de la familia tradicional para facilitar al estado la educación de nuestros hijos arrebatándolos de nuestro regazo. Desean transformar la sociedad desde sus cimientos y no lo niegan pero alrededor suele hacerse audible un gran 'silencio de los corderos'. Menos mal que las urnas dieron un grito rasgado de advertencia.
En un espacio más reducido de la misma sociedad, encontramos cierto desamparo los que también queremos defender principios religiosos conociendo como conocemos la importancia de los valores cristianos, que tan importantes fueron en la construcción europea y no digamos ya en los fundamentos del descubrimiento en América de la mayor parte de sus territorios y jóvenes naciones aunque ahora se quiera poner en entredicho.
Gracias a un injusto mantra, esa postura es defendida por nuevos dirigentes de muchas naciones hermanas en una interpretación sesgada de la llegada allí de una civilización bien intencionada, con muchas luces y solo algunas sombras que no justifica en absoluto esa obsesión de pedir perdón ante el indigenismo para reparar un daño inexistente.
El Papa Francisco defiende muchas veces postulados que son difíciles de entender cuando se alejan de su misión pastoral y se transforman en conversaciones del pasillo de los aviones en las que se percibe un sesgo poco comprensible hacia posturas interesadas de ciertos dirigentes populistas americanos.
No son buenos tiempos para los católicos que tienen que luchar muchas veces solos en la defensa de la vida y de los Mandamientos de la Ley de Dios ante la injusticia que suponen para el no nacido o para el impedido leyes que abrasan el sentimiento religioso como la Ley de Plazos del aborto o la Ley de Eutanasia. Olvidamos que existen 42 métodos anticonceptivos distintos que puso a nuestra disposición la ciencia y que además está por llegar una ley sobre cuidados paliativos ante el dolor y la enfermedad crónica o incurable. Ambos métodos y conductas evitarían por diferentes mecanismos el aborto y la eutanasia.
Pero no sólo existe un gran 'silencio de los corderos'. También percibimos un silencio que se podría denominar 'ruidoso' de los pastores: los pastores de la Iglesia, la Conferencia Episcopal, nuestros obispos, deberían de haber gritado más fuerte en defensa de la vida. No sólo en cómodos comunicados y reflexiones y desde esa postura valiente haber señalado ante las elecciones qué partidos políticos defienden sus principios y aquellos que no lo hacen. No son más que los que se defendieron en el pasado reciente del Concilio Vaticano II , Juan Pablo II en varias encíclicas o el magisterio de Benedicto XVI, que se han olvidado. Esa pasividad cómoda y silenciosa hace quebrar muchas veces la confianza de los creyentes.
Ojalá los obispos vuelvan a subir las escaleras del púlpito y abandonen la comodidad de una siesta que ya dura lo suyo. Tenemos esperanza de que así sea.
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