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Conocemos bien los médicos cómo es el rictus preocupado de un paciente que sufre una enfermedad incurable. La tristeza penetra en su interior y por mucho que la vida gire a su alrededor y lo inunde de cariño, la melancolía lo impregna todo y le ... machaca. Nosotros sabemos que existe una ley no escrita que supone que al final el médico y el enfermo están solos y es ahí desde donde deben surgir las armas de precisión ante la pena, que deberemos usar para mitigar un tanto sus efectos.
La primera de ellas es reconocer la tristeza sumiéndose en ella y entendiéndola como un ánimo deteriorado pero transitorio aunque no lo sea. A continuación se debe buscar una ventana abierta a la esperanza que le permita proseguir al enfermo sin hacer, ni hacerse, muchas preguntas. Una ventana discreta, nunca la 'Ventana indiscreta' de Hitchcock, desde donde Jeff (James Stewart) y Lisa (Grace Kelly) dudaban de todo.
Los primeros días del otoño son tristes por naturaleza, especialmente tristes. Siempre fueron inspiración para el poeta. Si hablamos de tristeza y de poesía nadie la describió mejor que Jules Laforgue en 'El sollozo de la tierra', con los poemas impactantes de un imberbe que muere joven sin el mínimo reconocimiento a su obra. Una especie de aprendiz de sonetos (que era lo que se llevaba en su época) que resultaron inolvidables: 'Triste, triste', 'Demasiado tarde', 'Infierno'… Nunca pudo salir de su agujero «que lentamente corre y qué triste es la vida», decía, sin poder encontrar la ventana abierta de la ilusión quizá porque no supo nunca el camino para ver lo espléndido, lo bello, lo maravilloso que la existencia hubiera podido ofrecerle todavía.
Esta temporada de comienzo del otoño también es triste por aquí, en esta España enferma crónica de su vida política, donde son continuos los desencuentros, las pugnas, las controversias irracionales, las tensiones y la mentira. Bien sabemos que cuando el político ejercita su función con esfuerzo y honestidad, no hay misión más venerable y que merezca más reconocimiento.
Pero estos días hemos asistido a la consumación de actitudes políticas nunca conocidas en nuestra joven democracia que se grabaron en nuestra retina o mejor se tatuaron imperecederas. Actos antipatriotas cargados de desfachatez y de arrogancia política que además buscan obtener la destrucción de España, al querer construir un estado plurinacional, por supuesto, antidemocrático y, desde luego, anticonstitucional.
Para lograrlo ya se ha ido acomodando el Tribunal Constitucional con el fin de instalar en La Moncloa durante otros cuatro años al actual presidente del Gobierno en funciones. Lo hará a costa de lo que sea: visita a Puigdemont en su casa de Bruselas por parte de nuestra vicepresidenta del Gobierno, con el correspondiente mandato para la amnistía y posterior referéndum en la carpeta. Conveniar con el PNV y Esquerra, increíblemente juntos en la tarea de ir a por el tobillo de la derecha con su convención a la carta sin tocar la Constitución, sólo acomodando los estatutos de autonomía a sus caprichos secesionistas. Y sobre todo, sobre todo, reunirse con Bildu para la firma de un acuerdo vergonzoso de investidura debajo de la mesa en el propio despacho del presidente en las Cortes Generales mostrando el lado más oscuro de la política. Los ciudadanos tuvimos que escuchar el 'click' de la foto indeseable de la vergüenza y soportarlo. Probablemente esa secuencia acompañará para siempre lo peor de la carrera política del presidente... que ya es decir. Lo que jamás supusimos que íbamos a vivir sucedió ante nuestros ojos mientras el partido filoetarra se pellizcaba al vivir su reunión soñada. Todo profundamente triste y otoñal.
Pero también en este caso, aún entre tanta tristeza, apareció abierta de pronto la ventana discreta de la esperanza: la figura de Leonor de Borbón jurando la bandera de España representa la preservación monárquica y su presencia al lado de sus padres al desfile de la Fiesta Nacional. Su presencia junto a la de su padre Felipe VI supone una garantía para la unidad de los pueblos de España.
Ese «chaval», como se refiere algún comunista resentido al Rey, y «esa niña», como llaman despectivamente a la Princesa de Asturias en los mismos círculos («joder qué tropa», que diría Romanones), fundamentan el Estado, nuestro Estado Autonómico, el intocable Estado de las Autonomías que habrá que mejorar y perfeccionar indudablemente. Quizá devolviendo algunas competencias al Estado que nunca debieron de ser transferidas más allá de alcanzar cotas superiores de autogobierno. Es ahí donde tienen que aparecer los hombres de Estado, que haberlos, haylos.
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