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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre la perversa contradicción que se detecta en todos los gobernantes de este país, cuando, por un lado, declaran su amoroso interés por los estudios clásicos y su importancia para reconocer e interpretar nuestra identidad cultural, ... española y europea, pero, por otro, ley tras ley, limitan e incluso eliminan las ya escasas posibilidades de cursarlos en las enseñanzas medias.
Aprobose hace poco una nueva ley de enseñanza, de cuyo articulado desaparecen las palabras latín y griego, tras 165 años de presencia ininterrumpida. La consecuencia inmediata de tal desaparición es la inseguridad jurídica en que esas tradicionales materias quedan en el nuevo sistema, a expensas de lo que decidan ministerio, comunidades autónomas y hasta centros educativos: no todos los alumnos tendrán, no digo ya obligación, por supuesto, sino derecho y ocasión de estudiar un latín o un griego.
El caso es que, hace unas semanas, representantes de las asociaciones mayoritarias de estudios clásicos se reunían con los del ministerio que están redactando los decretos que regularán la nueva ordenación académica. Proponían estos que consideraran aquellos la oportunidad de que, a fin de atraer a alumnos al latín optativo de 4º de la ESO, se cambiara su recia denominación actual, Latín, por la más seductora de Lenguas y culturas de la Antigüedad. En su contenido, además de latín, se incluiría una introducción al griego, aspectos literarios y otros relacionados con el plurilingüismo y los fundamentos del lenguaje científico. Pues mira tú qué maravilla: las muy insuficientes tres horas semanales en un curso de que se quejan nuestros profesores para enseñar los principios de esa difícil lengua madre, el latín, tendrían que bastar, además, para introducir al alumno en el griego, también difícil, en las literaturas de ambas lenguas, en su importancia para comprender la diversidad lingüística peninsular y europea y en las bases del lenguaje científico. La bomba.
La respuesta de nuestros representantes, como puedes imaginar, fue que no. La asignatura tiene que llamarse como lo que es, Latín, y su sustancia tiene que seguir siendo la que es, Latín. Disfrazar la realidad o descafeinarla con nombres y contenidos rimbombantes no cambia su esencia, salvo que el disfraz esconda otras intenciones, como, por ejemplo, la de que las asociaciones de estudios clásicos sancionen, con su asentimiento a ese cambio, la desaparición del Latín (y del Griego) de nuestro ordenamiento educativo; eso sería no ya el principio del fin, sino el fin mismo.
Lo que se ha hecho a lo largo de muchos años y se proyecta hacer ahora con el Latín es como pretender que las Matemáticas dejaran de ser obligatorias para todos los estudiantes, se redujera su presencia a un único curso como opción entre otras materias, y se buscara, cambiando su denominación por la de cultura numérica. Por ejemplo, que un alumno recibiera en ese curso una introducción a los fundamentos de suma, resta, multiplicación y división; a las ecuaciones de una, dos y tres incógnitas; a los logaritmos, integrales y derivadas; al álgebra, a la trigonometría y a mucho más. La realidad es otra: las Matemáticas, fáciles o difíciles, son necesarias y hay que dedicarles años, aunque en tus estudios posteriores y en tu vida profesional como juez, profesor de Literatura, bombero, policía o autónomo no tengas que emplear ni las cuatro operaciones básicas.
Con su impúdica inducción al suicidio ministra y ministerio quieren cubrirse las espaldas. Si de verdad les interesara que los alumnos conocieran los orígenes y desarrollo de nuestra cultura, si de verdad comprendieran que el latín es arma de pensamiento y herramienta para entender y dominar el español y otras lenguas peninsulares y europeas, no solo no lo eliminarían de las leyes, sino que le darían en ellas el protagonismo que merece.
El colmo es que en un país en que la Comisión de Cultura del Congreso de los Diputados aprueba por unanimidad una Proposición No de Ley para instar al Gobierno a que solicite a la Unesco la declaración del latín y el griego como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, ese gobierno aprueba una ley en que esas lenguas desaparecen.
La actitud de la ministra se asemeja a la de esa cínica amante que desprecia a su pareja y, sin dejar de proclamarle amor eterno, le dice: «yo te juro que te quiero, pero como lo nuestro no puede ser, lo mejor es que te mueras».
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