Secciones
Servicios
Destacamos
La ingeniería social y la justicia social proponen soluciones contrapuestas a la llamada 'cuestión social'. El término 'cuestión social' fue acuñado por la doctrina social de la iglesia en el siglo XIX para referirse a las grandes desigualdades sociales y económicas que estaba produciendo la ... Revolución Industrial, en particular, las secuelas de miseria y degradación de la numerosa parte más baja del espectro social.
La ingeniería social no se propuso poner término a estas desigualdades, sino poner en marcha un plan para encarrilar el cambio social de modo que el desarrollo de la sociedad y el comportamiento de sus miembros no pusiera en cuestión el nuevo orden establecido. Justificaba la desigualdad como fruto de la lucha por la supervivencia utilizando las tesis de Darwin (darwinismo social). Lejos de humanizar la condición humana, la ingeniería social instrumentaliza al ser humano como si fuera un objeto más de la naturaleza.
Por el contrario, la justicia social puso el énfasis en la dignidad intrínseca de la persona. De esta concepción del ser humano se derivaban una serie de derechos fundamentales que la sociedad debía promover. Si en la democracia liberal, la justicia y los derechos humanos buscaban el equilibrio entre el bien común y el bien personal dando prioridad a éste, la justicia social daba un paso más allá y promovía una prestación equitativa de bienes y servicios, mediante leyes que garantizaran su puesta en práctica: educación, vivienda digna, atención sanitaria, trabajo digno, combatir el racismo y la xenofobia, promover la igualdad entre hombres y mujeres, dar representación política y empresarial a los trabajadores.
La socialdemocracia, surgida de la II internacional, reaccionó en contra de la ingeniería social promoviendo la lucha de clases, como defensa del sector más desprotegido de la sociedad frente al abuso de los poderosos. Pero la Iglesia católica, a través de su doctrina social, afrontó la rebelión de las masas desde la Caridad. Las diferencias de hecho entre personas, origen del conflicto de clases, debían enfocarse con amor cristiano para alcanzar un compromiso de convivencia, había que erradicar las desigualdades inicuas, practicar la solidaridad (una virtud eminentemente cristiana), ejercitar la comunicación de bienes espirituales aún más que los materiales. Estamos hablando de los principios que a mitad del siglo XX adoptaría la Democracia Cristiana.
Las desigualdades que produjo la revolución industrial se han agudizado con la revolución digital. Un fenómeno, este, que está irrumpiendo a gran escala por la magnitud de las fuentes económicas en él implicadas, por la movilización militante de los medios de comunicación, por el carácter subversivo de los lazos tribales, por la fragmentación funcional de las relaciones humanas, por el individualismo descarnado, por el planteamiento de las relaciones sociales sin considerar la condición humana sino sobre la base de un pensamiento individual ensimismado. Hoy en día es más urgente que nunca recuperar el concepto de justicia social:
-Dignidad de la persona
-Primacía del bien común, subordinado al bien de las personas y no al revés.
-Destino universal de los bienes y la propiedad privada. Los bienes de la Tierra han de ser en beneficio de todos.
-Principio de solidaridad.
-Principio de subsidiariedad: la política social debe estar orientada a la ayuda a los miembros del cuerpo social, no destruirlos ni absorberlos.
-Participación social.
-Hacer realidad los principios morales, verdad última que debe guiar y orientar la acción política.
De otro modo, los humanos son instrumentalizados fácilmente según los fines de los poderosos. Hay una peligrosa visión romántica de la realidad que sueña con una futura humanidad prufundamente unida. Esta unidad rendiría perfectamente inútil la necesidad de mecanismos de mediación entre individuos o entre éstos y el Estado (los mecanismos de la democracia que diferencian al individuo, de la especie humana considerada como un todo). El 'homo sapiens' nunca responderá por completo a la citada visión romántica; como mucho evolucionará hacia un mayor grado de altruismo, a sabiendas de que determinados aspectos de la condición humana (egoísmo, supervivencia, etc.) van a persistir. Si esto es así, la visión romántica derivaría al totalitarismo como única forma de resolver la contradicción entre las demandas de la sociedad política y la sociedad civil. La solución definitiva del conflicto entre el individuo y la 'totalidad' exigiría la destrucción del personalismo. Alcanzar una libertad 'superior' exige eliminar las libertades individuales (los derechos humanos). Unidad institucional y libertad individual son términos contrapuestos.
Al final habrá que elegir democracia cristiana o totalitarismo. Apenas se habla del pesimismo cristiano que ya estaba en San Agustín, este pesimismo se basa en el reconocimiento de las limitaciones de los humanos, no cree en el superhombre totalitario y propone la instauración de los principios de justicia social más arriba indicados. Tales principios tienen muy en cuenta la verdadera condición humana. El totalitarismo la desprecia y pretende crear un 'hombre nuevo', robótico, inhumano.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.