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El año próximo se cumplirán 50 años de la muerte del general Franco. Una fecha que marcó el inicio de un periodo donde por primera vez en siglos la mayoría de los españoles orilló sus diferencias y su pasado para construir un espacio común de ... convivencia y respeto. Se comenzó a construir nuestra democracia.
Transcurrido casi medio siglo es oportuno y necesario abrir debates sobre el estado de nuestro sistema político con el objeto de que las nuevas generaciones conozcan de dónde venimos y tengan la mejor información para que puedan construir un mejor futuro y eviten caer en viejos y fatales errores.
No oculto mi preocupación por la salud de nuestra democracia. Y el problema no es que la casi totalidad de los medios de comunicación abran cada día sus ediciones e informativos con casos de fraude, nepotismo, cohecho, malversación y otras muchas formas de corrupción en el ámbito político. La contrariedad más seria estriba en que muchos ciudadanos, titulares y garantes de los derechos democráticos, ante esta situación unos optan por sentirse cada día más ajenos y otros por ahondar más en la polarización. Síntomas ambos muy preocupantes e indicativos de que algo se está quebrando y que perjudica la convivencia. Encontrar el origen de esa desafección se muestra necesario.
A lo largo de la historia, las democracias han sido especialmente vulnerables a los cambios económicos profundos. Cuando las crisis económicas golpean con fuerza, sus consecuencias pueden alterar no solo el bienestar material de la ciudadanía, sino también erosionar los pilares democráticos. Estas situaciones, marcadas por el descontento social, el aumento de la pobreza y el desempleo, pueden llevar a una pérdida de confianza en el sistema democrático y abrir la puerta al autoritarismo. El presente artículo pretende explorar cómo las crisis económicas representan una amenaza real para las democracias y cómo factores como la polarización, el populismo y la debilidad institucional socaba los pilares democráticos.
Durante una crisis económica, los ciudadanos suelen perder confianza en las instituciones que perciben como ineficaces para resolver sus problemas. Esto es especialmente problemático en democracias con instituciones débiles o en aquellos países donde los sistemas de justicia, legislativos y ejecutivos ya arrastran problemas de corrupción o ineficiencia. Cuando la población percibe que la democracia es incapaz de ofrecer soluciones efectivas, es más probable que considere alternativas autoritarias o populistas que prometen resultados inmediatos y cambios radicales. Y esto ocurre en estos momentos en sistemas secularmente sólidos como el norteamericano, el francés o el alemán, que están siendo sacudidos por fuerzas reaccionarias y que están acariciando el poder empujados por varias circunstancias comunes, todas con una raíz en los efectos de la globalización. Hemos conocido estos días el anuncio del cierre de varias plantas de Volkswagen en territorio germano que sin duda actuará como un nuevo catalizador de movimientos antidemocráticos en un futuro muy cercano.
España ha sufrido en este medio siglo varias crisis importantes. La primera tuvo lugar en los albores de nuestra democracia. Corría el año 1977 y, tan solo 4 meses de llevarse a cabo las primeras elecciones generales, toda la sociedad cerró filas y firmaron los Acuerdos de la Moncloa. Desde Carrillo hasta Fraga suscribieron un acuerdo político y económico que logró sacar a España del agujero negro en la que se encontraba por los efectos de la llamada crisis del petróleo de 1973. Más adelante, la crisis del 1993, provocada por la resaca del ingreso en la CEE, se produce el inicio de la desafección política de la ciudadanía al aflorar con dureza los casos de corrupción. Además, esa crisis nos trajo para quedarse el fortalecimiento de las opciones nacionalistas. La más devastadora llega en 2008. Las crisis del exceso del crédito y del ladrillo afectan dramáticamente a España y provoca un tsunami político y social y sus efectos llegan a nuestros días. Los resultados son sobradamente conocidos: populismos y polarización. La forma de hacer la política se aleja del acuerdo y se adentra peligrosamente en la imposición. Para agravar más la situación llega seguidamente la crisis del covid-19 que desploma el PIB, aumenta dramáticamente la deuda, el desempleo y el malestar ciudadano. A todo ello se ha sumado la colonización partidista e indisimulada de las instituciones. Este conjunto de circunstancia está amenazando la convivencia y comprometiendo la democracia como nunca antes.
En esta situación se hace fundamental que las organizaciones democráticas y la ciudadanía comprenda estos riesgos y trabajen con decisión en fortalecer sus instituciones. Proteger los derechos de todos los ciudadanos y mantener un diálogo abierto y respetuoso es un deber inexcusable. Solo así podrán evitar que el descontento de unos y la indiferencia de otros se conviertan en el combustible que alimenta una deriva autoritaria. 50 años más tarde la democracia sigue necesitando todas nuestras manos y todo nuestro esfuerzo, solo así sobrevivirá.
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