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Nos recuerda el economista español Óscar Calvo-González que, al principio de su novela 'Ana Karenina', el novelista ruso Lev Tolstoi escribió: «Todas las familias felices se parecen, las desdichadas lo son cada una a su manera».
Este aforismo se ha tomado como una descripción ... metafórica sobre el éxito de los países en su desarrollo económico y social: todos los que han prosperado se parecen (institucionalmente, se entiende), mientras que los que se han quedado rezagados se lo deben a las más dispares causas, como si fuesen malhadadas familias tolstoyanas. Calvo-González, que se doctoró en la London School of Economics (LSE) y después ha trabajado en el Banco Central Europeo y en el Banco Mundial, lo llama 'El Principio Ana Karenina'. Acaba de publicar en inglés un libro en el que trata de mostrar que, frente a dicho principio, hay experiencias que demuestran la posibilidad de una «prosperidad inesperada», y así analiza precisamente el progreso de España a partir de la década de 1950. Nuestro país logró escapar a la denominada 'trampa del ingreso medio', es decir, un estancamiento real que se produce cuando un país que exportaba a base de salarios bajos ya no es competitivo cuando los salarios suben, pero tampoco es tan innovador ni tecnológico como para competir con las naciones que generan más valor añadido.
Pero en cierto modo el desarrollismo de España en la época franquista reclama una explicación. Había mucho intervencionismo del Estado (con negativos efectos durante la primera década de la posguerra), limitaciones de derechos y otros obstáculos. ¿Cómo pudo dar el salto que la llevaría a finales de siglo a situarse en la clasificación de los estados de alto ingreso? El autor expuso ya hace veinte años su idea de que la ayuda de Estados Unidos sirvió para estabilizar el régimen y generar más confianza de cara a la inversión privada. Así, el Hada Confianza sirvió a los españoles para sobreponerse a Ana Karenina. Naturalmente obran otros factores, y habrá que leer el nuevo libro, 'Prosperidad inesperada: cómo España se libró de la trampa del ingreso medio', para entrar en detalles.
La idea esencial, sin embargo, es que no todas las familias felices se parecen. Quiere esto decir que Cantabria, con una necesidad manifiesta de reorientación de su horizonte económico, no debería tanto imitar a otras 'familias' exitosas, cuanto trazar su propio camino hacia una prosperidad que hoy quizá nos parece inesperable. Una delegación de la OCDE ha visitado en días pasados nuestra comunidad para poder evaluar sus posibilidades. Será más que interesante leer lo que tengan a bien escribir para ayudarnos, pero prestaremos atención a la cancelación del teorema 'kareniniano', en el sentido de que el estudio de otras experiencias, aunque instructivo, podría no ser determinante. Para que el Hada Confianza ilumine a los potenciales inversores-creyentes en Cantabria, se necesitarán más que ejemplos foráneos.
¿Trata bien Cantabria a los inversores para que caigan en el peculiar hechizo del capitalismo, a saber, ponerse las gafas para ver los beneficios posibles y quitárselas para mirar los riesgos seguros? El empresariado no deja de quejarse de las normativas, o por complejidad, o por contenido, o por su efecto disuasorio. Las tramitaciones de los proyectos importantes tienden a durar no años, sino décadas (en los casos más rápidos, lustros). La adaptación de la formación a los requerimientos de la evolución productiva es aún más lenta. No falta voluntad, sino que falta agilidad para cumplirla. Las administraciones se sitúan en un permanente «ya voy», como el adolescente al que le llaman a la mesa por vigésima quinta vez. La reglamentación empieza a ser claramente opresiva. El mayor plan de urbanismo de Cantabria se anuló porque faltaba un papel de un ministerio. Lo peor del Derecho no es que no concuerde con la justicia (eso es casi su propia esencia, como resultado, equilibrio contingente, de negociar contrapuestas intuiciones de justicia), sino que no concuerde con el tener que vivir. Como decía aquel personaje de 'Fundación' de Issac Asimov, «que tu sentido de la moral no te impida hacer lo que está bien». Que nuestro sentido de la ortodoxia administrativa no nos impida hacer lo que la sociedad necesita, sea promover suelo industrial, educar mejor a los jóvenes o facilitar la actividad a los emprendedores. La transición ecológica amenaza con empeorar la situación, si no se gestiona con tino. Mientras, Bruselas quiere superar la crisis rusa a base de carbón y nucleares. La desigualdad en la descarbonización haría verdad eso de que «las desdichadas lo son cada una a su manera».
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