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Una sociedad que se hace resistente a la admiración y al reconocimiento ajeno, se inflige un daño innecesario, perjudicial, recreciendo un espíritu vacuo y estéril ... cuando cultiva su lado avariento, ahogando la generosidad y dejando aflorar su tóxico antónimo, la mezquindad. Nos volvemos ruines cuando insistimos en la negación de la valía de otras personas porque no coinciden con nuestra forma de pensar –o lo que es peor, con nuestros intereses o apetencias– cuando rebajamos el valor intrínseco de alguien, seguramente con más mérito que nosotros, solo porque no empatizamos.
La mezquindad tiene su sustento en la negación del reconocimiento del otro. Se alimenta a base de quitarle un espacio al que tiene derecho, como si hacerlo –reconocer, en resumen, que alguien nos supera–fuera humillante. Además, contiene una dosis de renuncia porque quienes abjuran de su historia cultural dan la espalda a sus orígenes y niegan de alguna manera la esencia de la que estamos hechos los ciudadanos como herederos de una forma de vida, tenedores de la tradición, para, en definitiva, acabar demonizando una parte importante de nuestra biografía. Joseph Murphy fue un curioso personaje, nacido en Irlanda en 1898 y fallecido en Estados Unidos en 1981, que comenzó su vida religiosa como jesuita y la terminó como ministro de la Iglesia de la Ciencia Divina, un filósofo que describió las que –para él– son las principales cualidades del ser humano que aspira a ser perfecto: la paciencia, la generosidad, la humildad, la cortesía, la sinceridad y el desprendimiento. Hace tres días fallecía Nobel Sámano Santamaría (1933-2019), con rotundidad, el más importante compositor contemporáneo de la música popular cántabra junto a José Lucio Mediavilla (1890-1958).
Al lado de estos dos grandes músicos torrelaveguenses, se sitúa Lucio Lázaro López, (San Salvador del Valle (Vizcaya) 1891-Torrelavega 1975), fundador en 1925 de la Masa Coral. De los tres músicos, el único que no ha recibido en Torrelavega un reconocimiento oficial –aunque sí popular– ha sido Nobel Sámano. Hijo Predilecto o Medalla de Oro se han otorgado con menos miramientos. Quizás existan argumentos (desconocidos) que motiven que ni una Corporación le haya reivindicado en los últimos treinta años, habiendo permitido que entre en la Historia de la musicología de Cantabria huérfano de los honores que debería haber recibido de la ciudad donde nació y vivió 83 años. Tampoco un grupo de presión social, o las grandes instituciones musicales de Torrelavega, han querido acordarse de quien tiene inscrito nuestro topónimo en la firma de algunas de las composiciones más bellas –populares y eruditas– que se han escrito sobre un pentagrama en Cantabria.
Bien es cierto que Sámano fue un hombre tímido que podía parecer por ello, hosco –aunque estaba dotado de un peculiar sentido del humor– nada lisonjero, poco empachado de sí mismo, bastante crítico, chauvinistamente torrelaveguense, y en absoluto arribista o adulador. Quizás ese haya sido el 'problema'. Setenta y dos horas después de su fallecimiento habría que hacer introspección y escuchar a Haruki Murakami (Kioto, Japón, 1949), cuando el escritor advierte de que debemos tratar a los demás de manera que, a su muerte, no nos queden remordimientos. Con justicia y, a ser posible, honradez.
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Ana del Castillo
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