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El otro día, después de escalar con compañeros militares una cima pirenaica, al dejar el reino de los hielos y adentrarme en un recóndito valle vi pastando unos rebaños de vacas y ovejas que como flores de almendros adornaban los prados de este nirvana aragonés. ... Con tierna felicidad mi memoria evocó al tolkeniano Valle de Lamasón, paraíso enclavado entre nuestras Asturias y Cantabria, cuyo amor recibido durante los siete años como cura de aldea en sus hogares siempre me acompañará.
Cada jornada, las 'Geórgicas' del poeta y legionario romano Virgilio, como otros textos clásicos y contemporáneos, me ilustraron sobre las labores agrícolas y ganaderas en su ubérrima y bravía tierra. Durante el día mis buenos vecinos me aconsejaban sobre podar e injertar, clases de manzanas y frutas, cómo cuchar sin acercar el abono al tronco del árbol para no quemarlo, sacar por las patas un ternero atravesado al parir la madre, pescar trucha, reo y salmón, o tronzar y picar la leña para la lumbre. Y, cuando llegaba la gélida Reina Blanca, fiel compañera rendida frente al fuego de la chimenea, transcurrían las largas noches de niebla, lluvia y nieve con libros que me hacían reflexionar sobre la relación entre la naturaleza, el hombre y, siempre, Dios. Comprendí la sabiduría milenaria de podar los árboles cuando la luna mengua y tercia el invierno, el cansancio de los ganaderos enrreguñados a la lumbre tras adecentar las reses en la cuadra, su lucha por proteger al ganado de los ataques del lobo y del oso, la destreza para entresacar a golpe de hacha un árbol marcado para leña, el valorar una guapa tudanca entre otras vacas, o la paciencia para pescar en los virginales ríos de Tanea, Bucías, Nansa y los vecinos Deva y Cares.
Gracias al obispo que me mantuvo en Lamasón, Dios se lo pagará con creces, mis siete años en este valle mágico fueron humanista, montañera y espiritualmente un regalo de Creador. Así, en el honor de ser masoniego. En la naturaleza hecha fértil en sus cosechas, caza y ganado, sus ríos, brañas y bosques cada ciclo vital. En el estío, con la siega de la hierba, fiestas y ferias por el Santo Patrón. En el otoño, de ferias ganaderas, magostas con gaita y baile, recolección de manzanas y frutos para sidra, mermeladas y compotas, apile de la leña y recogida de las reses en las cuadras mientras los venados cantan la berrea en brañas entre las hayas bajo las cimas orladas por las primeras nieves. En el invierno, de matanza del chon, talla del abedul y el avellano en aperos y albarcas, y tertulias, relatos y tonadas asturianas y montañesas junto a las llamas del hogar mientras la ventisca y el hielo dominan picos, bosques, caminos y caseríos. En la primavera, con el inicio de la pesca, la suelta de tudancas, yeguadas y ganado, el florecer de los prados, desperezarse de las aldeas y despertar de la creación.
Es maravilloso caminar bosques y montañas de Lamasón, esquiar sus vertiginosas laderas desde Peña Sagra hasta el Pico Paraés, contemplar los ocasos sobre las crestas doradas del collado de la Venta de los Lobos rumbo a la Braña de los Tejos, admirar el firmamento estrellado tumbado sobre la mullida hierba de Tanea, seguir a tudancas y caballos por campos entre las hayas, acebos y tejos... y ver manadas de lobos huyendo desde Trespeñuela hacia sus madrigueras en laberínticos pasadizos calizos bajo la peligrosa canal de Ajotu, tapiz de musgo y abedules sobre las loberas donde gruñen los lobeznos y aúllan los lobos al atardecer. El lobo, animal bellísimo y mitológico, pero también amenaza histórica para el hombre, sus ganados y sus vidas. El lobo, alimaña tan hermosa como cruel. Y si estremece y emociona observarlo sobre nieves y riscos hasta perderse entre peñas y escobas, o escuchar su canto hecho lamento en infinito aullido, también estremecen sus matanzas de ovejas en Bejes, de cabras y ovejas en Cires, de terneros por Arria y de yeguas parturientas agonizantes en Tanea por sus dentelladas: carnicerías lobunas no sólo para comer sino de un ensañamiento feroz. En nuestra austera y generosa España rural, comarcas como Lamasón de sabiduría milenaria en su relación con la naturaleza necesitan todo el apoyo administrativo y ejecutivo de nuestros gobernantes, algo que no ocurre en el duelo entre el lobo y el hombre. La restricción de la caza del lobo que pretende el ordenamiento supone un ataque directo a la forma de vida, economía y subsistencia de nuestros ganaderos y aldeas, de nuestra España despoblada.
Son estas líneas el deseo de que los líderes sociales no cooperen con la protección exagerada del lobo a la extinción de nuestro mundo rural y, con él, de nuestra España rural.
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