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A nuestro alrededor hay personas generosas y también las hay interesadas; solidarias y egoístas. Sí, a lo largo de nuestra vida nos tropezamos con leales y traidores. Efectivamente, la realidad es compleja. También es común que no nos comportemos siempre igual: ayudamos a unos y ... nos olvidamos de otros.
No podemos estar solos. La soledad nos mata. Sin el otro estamos perdidos. Para vivir, para sobrevivir, necesitamos a los otros. Está en nuestra naturaleza buscar compañía. La historia de nuestra especie es la construcción de grupos, es el aprendizaje del entendimiento, es el establecimiento de solidaridades. Pero cualquiera que repase esa historia también observa episodios permanentes de egoísmo, de traición, y de lo peor: de explotación, de imposición, de violencia («El hombre es un lobo para el hombre», dijo Plauto y más tarde Hobbes. Por su parte, los que se sitúan en el darwinismo social hablan de «lucha por la vida»).
Nuestros mayores, conscientes del valor de la solidaridad, subrayaban expresiones como: cabal, íntegro, recto, honrado, de palabra; términos que aluden a valores relacionados con la buena convivencia. Estas palabras las repetían los padres a sus hijos, así se educaba, y, por otra parte, en base a ellas se construía el prestigio social, la fama del individuo. ¿Se han convertido estas expresiones en 'moribundas'? ¿Estos valores suenan a rancio, a caduco? ¿Han sido arrumbadas por el egoísmo individual y grupal? ¿Han sido vencidas por la lógica del «sálvese el que pueda»? ¿En las relaciones personales, se está imponiendo la «estrategia kleenex» del usar y tirar? Si las respuestas fueran afirmativas, deberíamos estar preocupados.
Necesitamos poder confiar en las personas que nos encontramos a cada paso. Necesitamos sentirnos seguros. Es esa confianza la que nos permite crecer de forma sana, la que nos lleva a explorar el mundo y a progresar. El cariño incondicional de nuestros padres es básico para nuestro desarrollo, y luego, durante toda nuestra vida, necesitamos el apoyo de amigos, y de maestros, vecinos y compañeros de trabajo, también de desconocidos.
La religión cristiana proclama el amor al prójimo, y la fraternidad (junto con la libertad y la igualdad). Las Naciones Unidas se crearon para lograr una cooperación internacional. Todos los días escuchamos declaraciones que reclaman la solidaridad entre personas, grupos y pueblos. Sin embargo, lamentablemente, de las grandes palabras a los hechos existe una gran distancia.
¿Cómo salir a la calle si tenemos miedo de que nos puedan atracar? ¿Cómo podemos sentarnos en un restaurante si dudamos de que la comida esté en buen estado? Permanentemente estamos haciendo un ejercicio de confianza en los otros. Con nuestros actos estamos indicando que tenemos fe en los otros, que estamos convencidos de que las personas que salen a nuestro encuentro son bondadosas. Y, efectivamente, así es: la inmensa mayoría de los que nos rodean son buena gente, personas de fiar. Sabemos que hemos construido una sociedad básicamente armónica en la que es posible la convivencia. Además, también sabemos que no necesitamos llevar la pistola cargada porque nos protege el Estado: las normas, los jueces, la policía.
¡Qué triste es cuando nos defraudan! ¡Cómo duele ser engañado! ¡Qué mal nos quedamos cuando ese familiar, vecino o compañero de trabajo nos pone una zancadilla, o mira hacia otro lado! La historia está llena de traidores, de infieles, de egoístas. «¡Tú también, Bruto, hijo mío!», dice Julio Cesar al ser asesinado. Como un insulto se dice: «Eres un Judas», para referirse al apóstol traidor que vendió a Jesucristo por unas monedas. En el noveno círculo del infierno, en lo más profundo, Dante sitúa a los traidores (Caín y Judas se encuentran ahí; además, en el centro, está Satanás, el gran traidor). El pecado de los traidores es deteriorar al grupo deshaciendo el lazo de la confianza. Por eso, por el gran valor que tiene el vínculo de la solidaridad interpersonal y social, los niños enseguida aprenden que no pueden ser chivatos, que no deben traicionar a sus amigos, que el buen amigo es leal, que la unión nos hace más fuertes y que está muy bien el eslogan de los mosqueteros: «Todos para uno y uno para todos». Entre los bomberos y los soldados un principio sagrado es «nunca abandones a un compañero». En sentido contrario, en las organizaciones se sabe que lo peor es «el fuego amigo», y, por tanto, conviene protegerse la espalda de los ataques de los traidores.
Por supuesto, ninguno estamos sin mácula; todos en alguna ocasión hemos dejado de comportarnos correctamente y, por debilidad, por inconsciencia o por egoísmo, hemos defraudado a personas que estaban a nuestro lado; también, en demasiadas ocasiones, las prisas y las exigencias cotidianas nos llevan a no reparar en que hay personas a las que podemos y debemos ayudar. Todos debemos exigirnos un comportamiento leal y solidario; debemos procurar ser coherentes y no olvidar los principios éticos.
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