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El Rey recibió ayer a su padre en Zarzuela en la primera visita de Juan Carlos de Borbón a su país después de casi ... dos años residiendo en Abu Dabi. Felipe VI citó al emérito, que abdicó en 2014, muy probablemente para superar distancias tras las tensiones afloradas entre ellos y despejar dudas respecto a los pasos que más convienen para garantizar el futuro de la monarquía constitucional. Un futuro que requiere del anterior jefe del Estado la mayor de las lealtades hacia su sucesor, sin que ni sus acciones ni sus omisiones puedan interpretarse como reserva alguna hacia el papel que corresponde jugar a este. Mucho menos, como contraste entre la legitimidad labrada durante la Transición y un relevo que debió conllevar la disponibilidad absoluta a las indicaciones de su hijo.
Aun exonerado de responsabilidades penales por su prescripción o la inviolabilidad que le acompañaba durante su mandato, el emérito no tiene razón alguna para exhibir su satisfacción hasta el punto de incomodar al Rey. Todo lo contrario. Como monarca abdicado y como padre, su obligación es hacerse a un lado y conducirse con discreta contención en sus apariciones ante la sociedad. Aunque evite dar explicaciones que en su particular versión podrían comprometer todavía más a la institución que sigue representando, ya que no existe motivo alguno que justifique el cobro de ingresos ajenos a los previstos en los Presupuestos ni su ocultación posterior a Hacienda, constatados por la Fiscalía. Es evidente que las imágenes de Sanxenxo han dado alas a quienes tratan de socavar la Monarquía en pos de un sistema republicano difuso. Pero el mayor desafío al que se enfrenta la Corona es que aflore una defensa entre añorante y partidaria del legado de Juan Carlos I que incurra en desconsideración hacia el mandato de Felipe VI, disculpando hasta la admiración los excesos del primero y depreciando como una concesión innecesaria los intentos renovadores del segundo.
En un clima de polarización extrema, hasta las muestras de afecto que ha parecido requerir el emérito remueven las bases de la estabilidad institucional con la Monarquía de Felipe VI como afectada directa y con la tranquilidad que demandan los ciudadanos como bien de la que las autoridades se desentienden en demasiadas ocasiones. Solo cabe esperar que el Rey reconviniera ayer a su padre de manera efectiva para que su paulatina vuelta a España no se convierta en un subterfugio recreativo que dañe la imagen de la Corona.
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Ana del Castillo
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