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En la interesante charla que esta semana ofreció el filósofo Carlos Nieto Blanco en la Asociación de Vecinos de Cueto, se pudo apreciar tanto la gran sensibilidad de los ciudadanos hacia los retos de nuestra democracia, como el deseo de un mejor conocimiento del pasado ... democrático nacional, deseo que en parte se dirige a la experiencia más reciente que salió mal, es decir, la Segunda República. Como mañana se cumplen 88 años de su proclamación, y andamos inmersos en un periodo electoral intenso, podríamos tratar de ilustrar el presente con el pasado y viceversa, en lo tocante a un punto esencial: el sistema electoral, es decir, cómo de los votos se pasa a los parlamentarios. Esto es tan importante, que hay quien dice que la deficiente ley electoral fue causa principalísima del naufragio de la República.
Esta tuvo al principio un Gobierno Provisional, que se instaló tras unas meras elecciones municipales y sin que existieran Cortes desde el golpe de Miguel Primo de Rivera en 1923. Para normalizar el régimen se convocaron para el 28 de junio elecciones a Cortes Constituyentes, pero no a Congreso y Senado, sino solo a una sola cámara, con sufragio universal masculino a partir de 23 años. Antes, el Gobierno modificó por decreto la ley electoral, que databa de 1907 y había sido iniciativa del conservador Antonio Maura. Con ella había este querido reducir el fenómeno del caciquismo y fomentar una verdadera competición, pero el sistema de pequeños distritos uninominales (donde se elegía a una sola persona) y la regla de proclamar diputado a quien no encontrase ningún contrincante (propuesta por el republicano Gumersindo de Azcárate) restaron valor a la reforma. No obstante, la ley tenía algunas virtudes procedimentales, que la República no cambió. Lo que hizo fue establecer circunscripciones más grandes (provincias y grandes capitales), determinar que en ellas se elegirían varios diputados (más en las más pobladas), y limitar la cantidad de candidatos que cada elector podía votar.
Por ejemplo, a la provincia de Santander correspondían 7 escaños, pero el votante montañés solo podía apoyar a 5. De este modo, suponiendo que la mayoría respaldase a una lista determinada, quedarían aún escaños libres para dos candidatos minoritarios. Ganó la conjunción republicana-socialista y se llevó cinco diputados: el socialista Bruno Alonso, los federales Ramón Ruiz Rebollo y Eduardo Pérez Iglesias, y los radicalsocialistas Gregorio Villarías y Manuel Ruiz de Villa. Los dos escaños de minoría quedaron para los «agrarios» conservadores Lauro Fernández y Pedro Sainz Rodríguez (erudito de madre santanderina y que llegaría a ser ministro de Educación con Franco).
Este sistema primaba las mayorías, y con ello la entrada en las listas de personas radicales, o «influyentes», para acumular fuerza en la candidatura que iba a arramblar con la mayoría de escaños. Así las Cortes republicanas iban a ser más extremas, hacia la izquierda o hacia la derecha, de lo que realmente era la mentalidad social. A tenor de los votos en emitidos en Santander, un reparto como el actual hubiera dado 4 escaños a la izquierda y 3 a la derecha. No parece gran cambio, pero con el efecto por todas las provincias las Cortes hubieran sido más proporcionadas.
Este déficit determinó además que media España estuviera en constante enfado con el gobierno de turno, por sentirse avasallada. En 1933, Azaña y los socialistas optaron por solo unos pequeños retoques en la ley electoral, sin cambiar su filosofía. Tampoco se quiso dejar al Tribunal Supremo la solución a las actas impugnadas, que eran examinadas por las propias Cortes, con el partidismo que era de esperar, y que en 1936 fue notorio.
Nosotros vamos a elegir senadores el día 28 de abril por un sistema muy parecido al que se usaba hace 88 años para elegir los diputados. A Cantabria le corresponden 4 escaños del Senado, y usted solo puede votar a un máximo de tres candidatos. Como se suele (aunque no es obligatorio) marcar las tres equis en los tres del mismo partido, el resultado desde 1977 es siempre un 3-1. Hay, como en la República, una mayoría y un huequecito para la minoría. Con un tercio de los votos, un partido puede lograr más del 60% de los senadores. Esto es precisamente lo que pasaba en el parlamento republicano: una falta de correlación entre opinión pública y parlamentaria, pero con una sola cámara, sin Senado matizador y sin más elemento moderador que el presidente de la República, contra quien empezaron a disparar tirios y troyanos.
El método electoral, pues, propició una gran dificultad en llevar las cosas por el centro. Las fuertes pasiones del país requerían un sistema de más contrapesos, donde nadie pudiera acoquinar a otro ni, por tanto, provocar su rebeldía desestabilizadora. Era un parlamento para demagogos y crispaciones, como pronto anotó Josep Pla en sus crónicas.
También en nuestra democracia la normativa electoral (circunscripción provincial, escrutinio proporcional D'Hondt al Congreso y mayoritario restringido al Senado) precedió a la propia Constitución. Este sistema tampoco ha garantizado la existencia de un centro importante, aunque sí ha forzado a los mayoritarios a no descentrarse en exceso. El Frente Frankenstein vale para una moción de censura, pero no para una campaña electoral. En cualquier caso, la actual polaridad izquierda/derecha más el factor de voto nacionalista no está produciendo suficiente estabilidad. Las Cortes de diciembre de 2015 perecieron y hubo que repetir comicios en 2016, que solo valieron porque el PSOE descabezó a Sánchez. Y, tras la llegada de este a la presidencia año y pico después, en solo nueve meses se ha visto obligado a adelantar elecciones.
En una sociedad española urbanizada y plenamente europea, quizá fuera el momento de pensar en sistemas como el francés, de distritos uninominales de unas 100.000 personas, con elección a doble vuelta. Hay muchas cosas que aprender de la experiencia republicana, y una de ellas es que, en sistemas electorales, no se sabe cuál es el frasco del remedio y cuál el del veneno. Grave cuestión, pues la ley electoral es esa parte de la Constitución que solo aparentemente está fuera de ella.
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Ana del Castillo
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