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Según fabuló Alfred Fouillé en su 'Esbozo psicológico de los pueblos europeos', en el origen del mundo «España pidió al Creador un bello cielo, y lo obtuvo; una mar bella, bellos frutos, bellas mujeres, y también los obtuvo. ¿Un buen gobierno? 'No, eso sería demasiado ... y España sería entonces un paraíso terrestre'. Pero no solo se le negaron a España buenos gobernantes, sino también, con demasiada frecuencia, hombres gobernables».
En las peculiares teorías de este filósofo francés se compendiaban muchos tópicos europeos sobre el carácter de los españoles, defectos teorizados asimismo por los propios nacionales, como Ganivet, Mallada, Pardo Bazán o Costa. Pero Fouillé pensaba que España podría sobreponerse si se aplicaba a practicar el espíritu moderno, pues ya era posible progresar en solo medio siglo lo que otrora hubiese requerido muchos.
Contra las puyas del franco autor se alzaban quienes defendían el valor de la civilización en España, fuesen un Menéndez Pelayo en clave tradicionalista o un Altamira en clave liberal. La deriva del país en el siglo XX volvió a poner sobre el tapete si juicios como los de Fouillé no habían resultado más acertados de lo que parecían. Hoy cumple mi padre 90 años y, como nacido bajo la 'dictablanda' del Gobierno del general Berenguer, da vivo testimonio de la larga pugna española con el relato de Fouillé, unas veces confirmándolo y otras resistiéndolo.
Pero estamos en el siglo XXI: ¿habremos superado ya aquel déficit de nuestro Génesis? Cada mañana recibo en mi teléfono una palabra inglesa, con su definición y pronunciación. Hace una semana entró 'rodomontade', que significa 'jactancia vanagloriosa, charla pretenciosa y fanfarrona'. Posee una historia curiosa, pues llegó al inglés desde Italia, en cuya épica de 'Orlando Furioso' aparecía un rey de Argel, Rodomonte o Rodamonte, tan valeroso como 'bocarte'.
De que 'rodomontada' no haya pasado también al castellano como 'fanfarronería' tiene culpa Don Quijote, que al principio de la segunda parte de la novela pregunta al cura y al barbero, dentro de una larga alusión a figuras caballerescas: «¿Quién más bravo que Rodamonte?» Pero también el ingenioso hidalgo era, por momentos, rodamontesco, cuando no estaban sus armas a la altura de sus presuntuosos discursos, como Sancho no dejaba de señalar siempre que se le permitía hablar en nombre de sus maltrechas costillas.
El Génesis nos privó a la vez de buen gobierno y de hombres gobernables: país que falla por arriba y por abajo. Pero quizá las crueles collejas de la Historia y una prudente emulación de otros vecinos nos hayan traído a mejor gobierno y mejores gobernables.
Calibremos la respuesta en un asunto importante: la creación reciente del Ingreso Mínimo Vital (IMV), presunta garantía de que no habrá español sin sustento. Como detallamos en su día, la mayoría de las comunidades autónomas ya proporcionaban estos ingresos mínimos, con denominaciones diversas, pero estructuras y cuantías muy similares (en Cantabria, la Renta Social Básica, con gasto anual de más de 30 millones). Eran fondos perfectamente previstos en los presupuestos regionales y contaban con una estructura de funcionarios y procedimientos para supervisar miles de expedientes. En España había ya 17 IMV antes de que los Rodamontes del decreto-ley dieran su rueda de prensa triunfal presumiendo de haber acabado con la pobreza por primera vez desde que se inauguró el Neolítico.
El Gobierno central podría haber buscado coordinar y suplementar las prestaciones autonómicas (sobre todo en beneficio de los niños) con alguna norma básica nacional. Pero lo que hizo fue crear propagandísticamente un IMV como prestación de la Seguridad Social y gestionada por la plantilla de esta misma institución, que, como ya tramita vidas laborales y pensiones, y acumula una dinámica de déficit muy importante, lo que menos necesitaba era asumir ella de sopetón decenas de miles de trámites y 3.000 millones de euros que estaban apoquinando las comunidades autónomas.
Es el sindicato más próximo al Gobierno, la UGT, quien ha denunciado que miles de solicitudes de IMV siguen sin tramitar, que miles de tramitadas están siendo rechazadas, y que las pocas aprobadas no se están efectivamente cobrando. Es decir, algo que gestionaban las autonomías con relativa rapidez se ha convertido en un atasco de la Seguridad Social y una frustración para miles de familias necesitadas. ¿No sería más prudente liberar a la Seguridad Social de ese gasto (o que se lo pasen las autonomías que lo desempeñaban) y de esos cientos de miles de expedientes (o que le pasen los funcionarios autonómicos que los saben tramitar)? ¿No acabará esa sobrecarga perjudicando al funcionamiento del sistema de pensiones y del mercado de trabajo?
Además, el diseño del IMV nacional está dejando fuera a personas por criterios muy estrechos de renta y/o de patrimonio. Esto quiere decir que quien no sea pobre de solemnidad (o no pueda 'indocumentarlo' picarescamente) no recibirá nada, sino que, antes bien, deberá malbaratar el patrimonio que le quede para afrontar la recesión. Una vez que lo consuma, de trabajador o autónomo en dificultades habrá pasado, esta vez sí, a pobre al cuadrado. La ley habrá cumplido su misión: tanto más justificada cuanta más pobreza exista.
En resumen: se suprimieron los IMV que ya funcionaban, y se sustituyeron por uno que no funciona. Todo ello se presentó como gran hazaña. Y así la espada de Rodamonte ha quedado solo en lengua de Rodamonte. Ha sido no bravura, sino bravata de estado. Aparte de los damnificados por problemas de tramitación, los cántabros con pequeñas propiedades ya saben que, en caso de apuro, tendrán que liquidarlas a la baja hasta el día en que puedan decir que, como los hermanos Marx, partiendo de la nada alcanzaron las más altas cimas de la miseria.
Habrá que ir solicitando al personal mandante que se limite a presentarnos en silencio su espada. Hay que verificar si es como la del gigante Nimrod, antepasado mesopotámico de Rodomonte, o si es pequeña y de cartón. No querría uno parecer 'homme ingouvernable', pero, si alguna vez hemos necesitado de 'bon gouvernement', es esta. En retórica ya han tenido todos sobresaliente, ahora hay que aprobar esgrima.
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