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La semana pasada, el obispo de Santander publicaba un artículo en este periódico sobre la tan en boga «leyenda negra» en el que abundaba ... el escaso rigor historiográfico. Vayamos por partes.
En primer lugar, argumentaba, con razón, que los españoles de hoy día no tienen nada por lo que pedir perdón en lo referente a la conquista de América. Dado que la culpa es individual, ninguna persona nacida medio milenio después de producirse un hecho puede sentirse culpable por él mismo. Otra cosa es la responsabilidad, cualidad que a su faceta individual ha de sumar una colectiva. Y la responsabilidad de cualquier ciudadano es estar bien informado, y no admitir gato por liebre, ni leyenda rosa por leyenda negra.
Es precisamente en la parte más factual donde la exposición del obispo hace aguas por todas partes. Para empezar, con el propio concepto de 'leyenda negra', que la historiografía profesional no admite (al menos, no en el sentido que usa el señor obispo). Al margen de antecedentes puntuales, el término fue popularizado por Julián Juderías en 1914, y -simplificando- daba a entender que existía una conspiración mundial para difamar a la monarquía hispánica desde el siglo XVI hasta su presente.
Según el obispo, en esa conspiración participan hoy en día «todos los colegios y universidades del mundo». En realidad, la supuesta 'leyenda negra' se enmarca en el auge de la imprenta en el contexto de las guerras entre monarquías e imperios de la Edad Moderna, que hicieron de la propaganda política parte de su panoplia. Un autor poco sospechoso de 'antiespañol' como García Cárcel ya desmontó la supuesta 'leyenda negra' tirando de archivos, por mucho que doña Elvira Roca Barea (profesora de Secundaria de Lengua, no historiadora) haya popularizado el término en una obra cuyo nulo rigor histórico ha sido puesto de relieve por José Luis Villacañas en su Imperiofilia.
El argumento de que la conquista fue toda una bendición para los americanos no puede ser más falaz. Para empezar, por la brutal mortalidad que implicó (ciertamente, en elevado grado por las enfermedades; pero las matanzas y la feroz explotación económica encarnada en la esclavitud, la encomienda o la mita no fueron ajenas a la misma) o por el inicio del comercio trasatlántico de esclavos negros (un mínimo de 14 millones de personas, de los que casi la mitad no llegó al Nuevo Mundo). Motivo de debate desde hace décadas, la historiografía actual no ha hecho sino elevar al alza el número de habitantes precolombinos y, por ende, de la mortandad derivada de la llegada al lugar de los europeos.
Decir que la conquista de América fue «uno de los mayores intentos por hacer prevalecer la justicia» es un claro ejemplo de ahistoricismo: las motivaciones de la conquista fueron puramente económicas. La táctica (muy utilizada por los 'rosalegendarios') de tomar la parte (la construcción de hospitales, etc.) por el todo (una relación económica de explotación colonial) sólo puede convencer a los ya conversos o a los incautos. Lo mismo, con esa supuesta Internacional Protestante que apadrina la leyenda negra frente a una católica España. Quizá el obispo, encastillado en su torre de cristal, no es muy consciente del proceso de secularización de los últimas décadas: ni los anglosajones son tan protestantes, ni los españoles son tan católicos.
En realidad, todo el tema de la conquista de América tiene poco que ver con la historia como ciencia. Entre los profesionales existe un amplio consenso en los aspectos generales de la conquista. Pero el obispo sólo cita a un historiador del siglo XIX y a un politólogo que jamás ha investigado sobre el tema. Si los lectores quieren formarse una imagen precisa de la conquista, harían bien en leer La invasión de América, de Antonio Espino. Y para tener una visión acertada de la leyenda al Premio Nacional de Historia Ricardo García Cárcel y su La leyenda negra.
Y es que, de lo que va en realidad el artículo de Sánchez Monge es de eso: de usar la historia para hacer política. El escrito rezuma un nacionalismo esencialista, basado en un imaginario sublimado (la católica España, adalid de un «imperio generador» frente a «imperios esquilmadores» como el anglosajón), de fácil venta entre personas ansiosas de una identidad en la que anclarse en tiempos turbulentos. Nada que ver con la Historia, cuya finalidad es el análisis crítico y que, por lo tanto, suele ser destructora de mitos. Negros o, como en este caso, rosas.
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Ana del Castillo
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