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La celebración esta semana de la cumbre de la OTAN en Madrid, en coincidencia con el 40º aniversario de la incorporación de España a la ... Alianza Atlántica, comporta desafíos relevantes en clave internacional y también interna. Dos esferas que van a confluir en el alumbramiento de una nueva estrategia de seguridad y defensa para la próxima década que interpela no solo a una entente que proyecta su actuación sobre un mundo globalizado, sino también a cada sociedad concernida en lo que respecta a sus valores pacíficos y a su conciencia sobre la garantía de la libertad democrática. En el terreno exterior que está teniendo consecuencias sobre la vida cotidiana de millones de ciudadanos europeos -desde el temor corpóreo en los países limítrofes con Rusia a la amenaza de suministro energético y la inflación para el conjunto de la UE-, la ilegítima invasión por el régimen de Vladímir Putin de Ucrania ha socavado el orden internacional y ha conferido a la cumbre de la capital española una transcendencia sin precedentes en años. La guerra desatada en Ucrania ha agitado el fantasma de la Guerra Fría, obligando a la OTAN a volcarse en su flanco del este y a los mandatarios de la UE y de EE UU a asumir la imposibilidad de un apaciguamiento con un Gobierno autoritario -el de Putin- cuyo sentido de la diplomacia se ha demostrado divergente del que albergaban quienes negociaron con él, en vano, para disuardirle de la vulneración de la soberanía de Ucrania. La solicitud de adhesión a la Alianza de Suecia y Finlandia rompiendo su histórica neutralidad calibra el riesgo de desestabilización global que entraña la contienda en Ucrania a la que no se ve un próximo final.
Internamente, el Gobierno de Sánchez encara el reto de exhibir músculo con la organización de una cumbre que blindará Madrid, en la que espera resultados en el frente sur -cobertura para Ceuta y Melilla a fin de contener el yihadismo y la inmigración ilegal- y ante la que los dos socios de coalición han vuelto a exhibir sus divergencias. Cuatro décadas después de la trabajosa entrada en la OTAN, la pertenencia de España a la Alianza no está en cuestión por más que coexistan distintas sensibilidades sociales sobre la orientación de la política exterior y el gasto en Defensa. El alegato por la no violencia constituye un mandato moral sin duda compartido. Pero que no puede obviar que la paz y la libertad exigen ser protegidas y que los desmanes de Putin atentan contra los valores de nuestra democracia.
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