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Tengo una costumbre que responde a un impulso que no puedo reprimir. Cuando visito casas de amigos se me van los ojos a las estanterías ... para ver su biblioteca. Miro los lomos de sus libros intentando encontrar una complicidad entre sus lecturas y las mías. También para ver posibles títulos que me puedan interesar. En algún caso me he ido con la propuesta de una nueva lectura y la promesa de devolución del libro. Y valoro tanto los libros, física y sentimentalmente, que soy de aquellos que los devuelven.
Pensaba en estos ritos de la amistad al ver hace unos días unas páginas en una revista dedicada a la decoración. No acostumbro a detenerme en ellas pero en esa ocasión me llamaron la atención las fotografías, habitualmente de una gran calidad, como se puede apreciar en las revistas exclusivamente dedicadas al tema. Viviendas exquisitamente amuebladas, con cuidadosos detalles ornamentales, incluso con obras de artistas conocidos. Sillones de diseño frente a ventanales que invitan a contemplar el paisaje que se adivina detrás del cristal. Avalan la construcción y la decoración afamados arquitectos y diseñadores. Algunas transmiten una cierta frialdad.
Pero lo que más me sorprende es que siendo frecuentemente casas para vivir todo el año no aparece en ningún momento estanterías con libros. En raras ocasiones, una muy pequeña. En otras, dos o tres libros sobre una mesa. Habitualmente son viviendas para personas de un elevado nivel social y económico, por eso me pregunto ¿es que no leen esas personas? Recordemos a Martín Garzo: «Las palabras de la literatura son las palabras de la vida».
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