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Desde que comenzó el confinamiento contra el coronavirus todos venimos expresando nuestro deseo del pronto regreso «a la normalidad» de aquellos profesionales que nos hacen la existencia más agradable, incluidos los callistas, los lanzadores de cuchillos y los inspectores de Hacienda.
Sin embargo, nada ... he escuchado o leído acerca de tal anhelo para los escritores, cuyas obras nos hacen más llevadera la reclusión. Y es que n este país creemos que los libros se escriben solos, que Delibes se iba a cazar y su estilográfica se encargaba de continuar 'Los santos inocentes', incluso de vaciarle de colillas el cenicero. Pero hasta una frase corta puede tener detrás días y días de trabajo. Los escritores también necesitan retornar a su cotidianidad laboral, porque el ermitañismo de ahora no es el suyo de siempre, sino otro mucho más angustioso..., con librerías cerradas y editoriales en la cuerda floja, que impiden la necesaria concentración o la hacen más agotadora. En fin, deseemos que también ellos vuelvan pronto a su soledad elegida, en la que pelearse con inicios y con finales, con fragmentos que se atrincheran y se resisten a salir, con este y aquel leísmo.
Y si resulta chocante que haya quienes piensan que las novelas de 'Alatriste' se las debemos a un teclado menesteroso y no a un autor esforzado, mucho más escuchar a quienes están convencidos de haber leído obras que ni siquiera han ojeado.
Todos tenemos un vecino que contabiliza el 'Don Juan' como obra leída, simplemente, porque su mujer se llama Inés y se la declaró en su sofá. O un compañero de trabajo que se tiene por homerista solo porque cada día aparcar le resulte una odisea. Así no hay manera.
Pues claro que los libros no se escriben ni se leen solos. Y en cuanto a las musas..., haylas, pero ningún escritor responsable las confiaría las llaves de su coche nuevo.
El título más representativo de tal ninguneo es el Quijote. Nadie se atreve a decir que no ha pasado de «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme». Algo es algo, se me dirá. En efecto, algo minimalista para la obra maestra de la literatura universal, reconocida así por Dickens, Dostoyevski, Papini, Machado, García Márquez, Vargas Llosa... Ahí queda eso. Tal tahúr, Cervantes se sacó de la manga una risa nueva, liberada de lo burlesco. Y el humor quedó santificó para siempre, con una estela que -por su dificultad- pudieron seguir muy pocos autores españoles: Galdós, Mihura, Camba... El chiste y la sátira, claro, pertenecen a otra jerarquía.
¿Cuántos españoles están aprovechando para zanjar su deuda con nuestro más celebrado escritor? Pocos, me temo. Pero como la 'desescalada' definitiva va para largo, aún queda tiempo para leerlo, seguir con el Avellaneda y llegar hasta la mitad de 'Guerra y Paz'. Y en los descansos, verse de nuevo la trilogía de 'El Padrino'.
Por cierto, lo que llamamos el Quijote son realmente dos libros, el de 1605 y el de 1615, muy distintos entre sí, aunque la evolución de su humor empieza tras la primera salida, cuando el caballero vuelve -molido pero no vencido- y conocemos a Sancho Panza, el yin de don Quijote.
Escribir no es sufrir, pero cada autor tiene su Lepanto. En el mejor de los casos, queda manco en el combate consigo mismo. Ah, tampoco los libros se venden solos.
En fin, no dé nadie por leído el Quijote solo porque de joven tuvo una novia de Esquivias o porque le guste el pisto manchego. Como una lima escondida en el pan del reo, su lectura libera del mal humor y de la desesperanza. Corre, lector, a por ese ejemplar que tienes aún sin abrir.
Deseemos, pues, también a los escritores el regreso a su normalidad, a ese vivir amarrados al duro banco -al elegido, no al impuesto-, seguido de paseo, parada en el café y en el quiosco, antes de llegarse hasta la librería.
Mientras, no habrá día que a don Miguel alguien no le espete en el Parnaso: «Estará contento, ahora con la eternidad por delante podrá terminar la segunda parte de 'La Galatea' y hasta su Bernardo...». Y él, en su soledad jocosa, pensará: «Cuando quise, no pude. Y ahora que puedo, no quiero».
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