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Pasó de puntillas hace unos días por el convulso panorama de la actualidad una encuesta sobre los libros, en la que participaron nada más y nada menos que 5.000 ciudadanos. Me refiero al 'Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España durante 2019' ... , de la Federación de Gremios de Editores. En resumen, el 68,5% de la población se declara lectora. Y más las mujeres que los hombres. Empero, la realidad sigue siendo terca: existe un elevado porcentaje de población que no lee libros con tapas y hojas. Ojito, sí, a ese 31,5%, que se dice pronto. Es lo que hay.
El citado barómetro indica también que casi el cincuenta por ciento de los españoles que reconocen no leer nunca o casi nunca un libro lo achacan a la clásica 'falta de tiempo'. Tal matiz invita a reflexionar de inmediato, pues mal asunto parece que una persona no pueda dedicar a la lectura ni media de las veinticuatro horas que siguen teniendo los días. ¿Se debe en la totalidad de casos a un inevitable problema de apertura de horarios o simplemente a la falta de auto-organización del tiempo libre?
Leer un libro es un ejercicio intelectual sanísimo. Y comprarlo, una forma muy eficaz de enfocar el consumo hacia el interior; o sea, hacia la imprescindible formación individual. Cada ciudadano podrá encontrar uno a la medida de sus gustos o inquietudes, y siempre le proporcionará muchísimo más de lo que invierta en su adquisición. Optar por la lectura de libros significa optar por aprender. Es, precisamente, la falta real de interés por saber la que atrapa al hombre en la rutina de lo cotidiano y le devora. Su peligro.
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