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Los clásicos indican que existen dos fuentes de legitimidad a la hora de ejercer el mando. Por un lado, tenemos la 'auctoritas' por la que se sigue a quién se le reconoce una «autoridad natural» porque, fundamentalmente, resulta fiable y creíble. En el caso de ... la 'potestas' la legitimidad emana del poder formal (organigrama) que ostenta una persona, que debe ser obedecida ya que tiene una posición organizacional o socialmente reconocida.
Ambos conceptos, además, se pueden retroalimentar: es más fácil construir 'auctoritas' cuando ocupas un puesto con 'potestas' y, en principio, es más fácil ascender en el organigrama si eres capaz de construir 'auctoritas' a tu alrededor.
Sobre liderazgo se ha escrito (y posiblemente se escribirá) mucho desde distintas perspectivas pero, en general, se podría concluir que la dirección de una organización, tanto en el sector público como en el sector privado, es decisiva para conseguir los objetivos estratégicos fijados y establece una cultura organizativa (una forma de hacer las cosas) que condiciona la sostenibilidad y la evolución del proyecto.
Hay muchos estilos de liderazgo (autoritario, delegado, distribuido...) y teorías sobre la forma de ejercerlo. De todos los modelos existentes, el que más me convence es la 'Teoría de Liderazgo Situacional' de Hersey y Blanchard, cuyo planteamiento es muy de sentido común: dependiendo de las circunstancias y las capacidades de nuestro equipo el estilo de liderazgo deberá ser uno u otro. Es decir, en situaciones críticas se requiere un liderazgo más concentrado y en épocas de estabilidad y crecimiento, con equipos consolidados, lo que aplica es un liderazgo más distribuido para aprovechar las oportunidades existentes.
En términos de competencias personales, lo que se espera de un líder, entre otras cosas, es que sea un buen comunicador, que tenga visión estratégica (ir 'por delante' y ser capaz de identificar tendencias), que sea capaz de priorizar ('separar el grano de la paja') y que tenga un punto de 'seducción' para atraer talento, clientes e inversores. Casi nada.
El liderazgo siempre es importante pero se convierte en un elemento crítico cuando la organización atraviesa una crisis. En estos momentos, en Cantabria, España, Europa y el mundo se está sufriendo una pandemia global que es más que una crisis sanitaria: es una crisis económica y puede llegar a ser una crisis social demoledora.
En España las cifras son espeluznantes, tanto en la parte sanitaria como en la dimensión económica: se manejan escenarios con una caída del 15% del PIB en 2020, cuando la crisis que empezó en 2008 supuso una caída del orden de un 4%. En medio de esta situación tan compleja, es normal que cada trabajador se gire hacia la dirección general de su empresa buscando confianza y credibilidad materializadas en un plan de acción que permita la continuidad del negocio. Análogamente, es lógico que los españoles nos fijemos en nuestro Gobierno demandando decisiones que nos saquen de esta situación de la mejor manera posible.
Llegados a este punto, no debemos olvidar que la dirección de una organización no sólo implica la elaboración de un plan: lo más importante es su ejecución. El mundo esta lleno de empresas y Administraciones con planes estratégicos perfectamente diseñados y redactados pero absolutamente inútiles porque no se han ejecutado y para una implantación exitosa se necesitan recursos pero, sobre todo, se precisa de credibilidad y confianza en quien gestiona. Es decir, una organización madura requiere un líder que informe, no que manipule, que sea coherente, no que cambie de criterio tres veces al día, que ponga el interés del proyecto por encima del suyo particular y que asuma la responsabilidad, no que la evite. Necesitamos 'auctoritas', no 'potestas'.
Tenemos una gran oportunidad para evolucionar nuestro modelo productivo con los recursos destinados para España en el 'Plan de Recuperación de la UE'. Los ejes estratégicos ya están definidos (transformación digital, economía circular, transición energética) pero son lo suficientemente amplios en su definición como para elaborar un Plan que sea tan significativo para España como lo fue el Plan de Nacional de Estabilización de 1959.
A su vez, esta posibilidad que se nos abre como país, también existe a nivel de Cantabria. Es imprescindible definir un planteamiento realista de futuro para la región, concretado en 'proyectos tractores' que potencien un modelo productivo basado, en mi opinión, en la reindustrialización (de productos estratégicos y de alto valor añadido), la tecnología y los servicios, que permitan crear empleo de calidad y fijado al territorio y que Cantabria, ojalá, se convierta en una región que atraiga talento en lugar de perderlo. Es el momento de trabajar duro y unidos para conseguir esos fondos imprescindibles para la región, pese a la enorme competencia existente en su captación.
¿Qué se necesita para ello? Talento y líderes. En España hay más talento del necesario para poder afrontar este cambio. ¿Líderes? Juzguen ustedes mismos. El tiempo (los datos) lo dirá.
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