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¿Cómo voy a gobernar este país poniendo a la gente de acuerdo si tenemos al menos cuatrocientos cincuenta tipos diferentes de queso?, exclamaba De Gaulle cansado de litigar en aquellos años en los que se requería una reconstrucción y un amor patriótico que no ... le estaban concediendo fácilmente.
Algo así debía de estar pensando Adolfo Suárez en 1981 cuando cerraba la puerta marchándose ante una España complicada, en declive económico y social, y chantajeada por ETA ante la que ya había agotado sus recursos de gobernanza. Se iba después de habernos conducido bien en la Transición, y agotado pasaba los trastos a Calvo Sotelo y Landelino Lavilla, que recogían el poco crédito y los pocos afectos de un partido fracturado y un Gobierno exhausto.
Y lo hacían con caballerosidad y honrada voluntad de servir a España y se proponían asumir responsabilidades seguramente con más voluntad de preparar las cosas para la llegada del socialismo que de poder reconstruir el centro derecha, que en ese momento estaba desacreditado por completo. El socialismo al acecho, contando con la mirada ilusionada de los españoles, llegaría al poder con mayoría absoluta un año más tarde, en 1982.
Estábamos entonces en un 23 de febrero de 1981 en el Congreso de los Diputados. Todavía hoy cuando llega esta fecha, a los que tenemos edad para haberla vivido se nos pregunta: ¿y tú donde estabas ese día? ¿Qué hiciste durante esas horas? ¿Cuál es tu impresión de lo que sucedió? Y la gente joven escucha con atención, y no sé si con mucho interés ya a estas alturas, lo que podemos aportar porque ya conocen seguramente la historia contada de forma más o menos visceral por sus padres, sus tíos o sus abuelos, probablemente entre suspiros agradecidos sobre lo sucedido, que al final afortunadamente se quedó solo en intentona.
Lo poco que puedo aportar es tratar de responder a esas preguntas de forma clara y sincera. Se explica fácil: aquello fue una chapuza en toda regla llevada a cabo por un grupo de militares nostálgicos, ya reincidentes, pasados de rosca y 'fuera de', que llevaron a cabo un plan cutre que sorprendentemente casi resulta, ante la mirada sorprendida de los españoles que estaban metidos en sus casas esperando acontecimientos e información que les llegó gracias a la profesionalidad de reporteros valientes que, a través de la radio o de imágenes robadas con ingenio en TVE, nos iban informando tan nerviosos y sorprendidos como estábamos los ciudadanos.
Más tarde, ya en la noche, la intervención inequívoca de nuestro rey Juan Carlos I, con contundencia, puso las cosas en su sitio y quebró las intenciones golpistas si quedaba ya alguna a esas alturas de unos iluminados incompetentes que, engañando a sus subordinados y en autobuses de transporte escolar, se presentaron sin un plan elaborado y sin un líder consensuado y disponible.
Así de sencillo fue todo. Se había sobrepasado en aquel momento la línea Plimsol, que designa el nivel máximo de carga que una embarcación puede soportar sin hundirse. Así estaban las cosas.
¿Y ahora? Obviamente ahora sí estamos en una democracia consolidada y europea que no tiene riesgo golpista pero sí tiene mucho riesgo de fractura social o territorial ante el acoso de partidos separatistas, comunistas o de tendencia antisistema que llevan nuestra convivencia hacia esa línea de peligro que indica que un poco más y nos hundimos. Menos mal que tenemos a nuestro Rey Felipe VI alerta para sostenerlo sustentado por la inmensa mayoría de los ciudadanos.
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