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Después de una campaña centrada en si Ayuso hizo bien o mal abriendo la hostelería durante el estado de alarma, ni el PSOE ni Pablo Iglesias pueden quejarse, incrédulos, por la aplastante victoria del PP. Su error fue permitir que la carrera electoral se convirtiera, ... precisamente, en eso mismo, en un plebiscito, por muchos disfraces grandilocuentes que se le quisieran poner al mensaje. Esto no iba de lucha de clases ni de una batalla por la libertad. Esa obsesión por el debate ideológico está desenchufada de la realidad. Porque al final del día, esa clase obrera idealizada por la izquierda, ha votado a la persona que mantuvo sus negocios abiertos frente a las restricciones aconsejadas por Moncloa. El 87% del empleo de Madrid se concentra en el sector servicios. Y, aunque parezca trágico, los empresarios autónomos, los camareros, los cocineros, los transportistas, los mayoristas y sus familias no han castigado a Ayuso por los 15.000 muertos del covid, la han premiado porque pudieron seguir ingresando sus 900 euros raspados de salario mínimo cada mes. Por dejar abierto el bar del desayuno aunque los cadáveres se amontonaban en el Palacio de Hielo. Han elegido la papeleta del PP aunque los hospitales estuvieran colapsados y los sanitarios al borde del trauma psicológico y físico. Han respaldado a Ayuso aunque las residencias de ancianos llegaron a convertirse en tanatorios. A pesar de ser la comunidad con más fallecidos por el virus y pese a los 190 madrileños muertos cada día. Podemos cuestionarnos la ética del voto, pero no sorprendernos de que, ante la amenaza de los cierres, los despidos y los ERTE, los trabajadores de Madrid, esos mismos que viven en el cinturón rojo y obrero del Sur, hayan votado a la presidenta que mantuvo abiertas sus empresas frente a las críticas del resto.
Los madrileños han elegido la papeleta por las emociones más que por la capacidad de gestión de los candidatos. Así se desprende de los resultados de un estudio de la consultora Thinking Heads, especializada en el posicionamiento de líderes. Según este informe, basado en 1.530 entrevistas, Ayuso cuenta con una reputación alta, de 82 puntos sobre 100. La cualidad por la que resulta mejor valorada es su visión de futuro y claridad de ideas, seguida por su capacidad para generar interés y adhesiones y su buena voluntad. Habrá que ver si las rebajas fiscales -anunciadas desde el balcón de Génova la noche de la victoria- y los 300 millones que dejará de ingresar la comunidad para financiar los servicios públicos amortizan esas buenas intenciones de la presidenta.
Revilla, incluso, ha destacado que la dirigente del PP «ha conseguido dar identidad de pueblo a un territorio que no la tenía». Ese regionalismo madrileño al que hace alusión el presidente cántabro es ficticio. ¿Acaso la diversidad cultural y de procedencia no era la seña de identidad de la capital? ¿No era la ciudad en la que nadie se sentía foráneo? Lo que Ayuso ha inspirado, sin embargo, es la supremacía del estilo de vida madrileño frente a las provincias. Y eso une. El enemigo externo une. Que se lo digan a Revilla.
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