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Como madrileño, me gustó poco o nada el anuncio que la Comunidad de Madrid lanzó recientemente para promocionar el turismo en la región. Su elitismo esperpéntico no sólo no era la mejor idea para atraer al visitante común, sino que trasladaba una imagen de la ... capital y su entorno falsa y antipática para quienes viven en el resto del país. De dicho anuncio no tardó el programa Polónia de TV3 en hacer una tosca parodia. Cargada de menosprecio y resentimiento a Madrid y sus gentes —y a sus vinos, no se ahorraba ni la ruindad de hacer chiste a cuenta de los muertos por la covid en las residencias madrileñas —demasiados, como en las catalanas—. Del tétrico 'sketch' hizo pública alabanza la candidata del PSM a la alcaldía de Madrid, Reyes Maroto, honrando así la tradición suicida de las siglas por las que acudirá a las urnas. No debe de apetecerle el cargo.
La campaña y las risas que sobre ella se han hecho mueven a una reflexión sobre las relaciones entre humor y poder, cuya promiscuidad resulta nociva para ambos. Se veía en el anuncio de la Comunidad de Madrid, cuyas gracietas, tan serviles con el discurso de su Gobierno, sonaban acartonadas y torpes. Y se veía también en la parodia de 'Polónia', un programa que hace muchos años tenía alguna gracia, incluso para quien lo veía desde fuera o recién llegado a Cataluña, pero al que el 'procés' y la sumisión militante a la visión de Madrid y del resto de España promovida por la Generalitat de Cataluña, que tan generosamente paga a sus creadores con dinero público, han convertido en un hosco y oscuro artefacto de propaganda disfrazado de sátira, sobre todo del adversario.
Hundido ya ese barco en las heladas aguas del servicio bien remunerado a la ideología dominante, el humor a propósito de la realidad catalana, y también de la realidad española, incluso del Madrid al que tanto aborrecen, se hace en los márgenes, allí donde se fajan, cazan y trajinan los que no viven de la sopa boba del que manda. Por ejemplo, en el último libro de Albert Soler, titulado casualmente, o no, 'Un botifler en la Villa y Corte'. Después de su repaso demoledor a las miserias del procesismo en Barretinas y estrellas, el autor viaja a Madrid para mirar, escuchar y tratar de entender, entre otras cosas, cómo se sigue —más bien poco— la deriva de su tierra desde la Meseta. Soler sabe trazar un cuadro ingenioso e hilarante, también de la capital. Entre otras razones, porque no lo hace desde el prejuicio ni desde el rencor, como esos humoristas del poder que sólo generan ya risas enlatadas.
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