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Uno de los cuentos más impresionantes de Jorge Luis Borges, que tanto frecuentara la UIMP en el final de su vida (aquí le impuso en agosto de 1983 la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio el entonces vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra), apareció en ... una revista en 1941, en plena Segunda Guerra Mundial y en fase de apogeo de la Alemania nazi y del imperialismo japonés. Todo parecía ir mal. Y Borges presentó al orbe el cuento 'La lotería en Babilonia'.
Al principio, aquella lotería era como la nuestra. Se compraban unos rectángulos con signos, se hacía el sorteo y los agraciados recibían dinero. Pero esto sólo se dirigía a una de las facultades humanas, la esperanza, y el juego decayó. Así que (por resumirle una historia que usted, si puede, ha de leer entera, porque lo merece y además es breve) se acabó pasando a una distribución anónima de desdichas, rarezas e imposturas por parte de un misterioso ente llamado 'la Compañía'. Una de las muchas lecturas posibles de este relato (cuyo narrador en primera persona, un babilonio, perdió un índice en esa lotería) es que consiste en una parábola sobre el azar de nuestras vidas y de la trayectoria de las sociedades. Como ejemplos de sorteos negativos que arbitrariamente fulminaban a los individuos, bien hubieran podido citarse en aquella época los habitantes de totalitarismos varios (el español entre ellos) y las víctimas de la contienda. Lo que entonces era una fábula de un autor argentino serían después crudas memorias de los damnificados por el fascismo o el comunismo.
Y sí, la Compañía vale como el Azar de la existencia, lo accidental o fortuito, pero también como metáfora del orden desordenado, es decir, de una civilización mal organizada que arroja cada día sobre las cabezas de sus integrantes toda suerte de peligros. Esta pedrea funciona, pues, como símbolo de lo político, no sólo de lo cósmico. Te puede tocar un asteroide o un mal ministro.
Hagamos una recapitulación de premios. Hemos pasado a crecer económicamente por debajo de la media española. El paro ha subido un 20% mientras en el país descendía. Hemos perdido una línea marítima estratégica con Irlanda, y se la quedan los bilbaínos. La industria cae en actividad y empleo. El cambio de criterios energético-ecológicos puso en la picota a la automoción, amenaza algunas de nuestras grandes industrias tradicionales y precipita la solicitud de liquidación de una de ellas, Sniace. La ralentización de las inversiones del Estado y la autonomía es algo ya indisputable. Las listas de espera sanitarias se han disparado por negligencias y no es fácil reconducirlas. Seguimos batiendo el récord de deuda regional (y no por hacer inversiones de futuro, esa es la verdad). Nuestro PIB por habitante es inferior todavía al de tres provincias castellanas vecinas. Nos han birlado 42 millones de euros del IVA de 2017. Nuestros ganaderos suplican tres céntimos adicionales por litro.
La lista de lo irrealizado necesita ampliación del servidor porque ya no caben más datos: trenes, tramos, carriles, estaciones, parques, museos, muelles, planes, turbinas, pasarelas, sendas, consultas, centrales, etcétera. ¿Qué habrá sido de La Remonta, que va ya por cuatro legislaturas de animada conversación, desde que Pepe Bono era corneta? ¿Y qué se habrá hecho de aquel magno anuncio intercontinental que se nos prometió con motivo de la efeméride de Hernán Cortés? ¿Podrá el Ebro dar de beber a la región donde nace, además de inundarla?
Si esto no es la lotería de Babilonia, el propio Borges reconocería que se le parece mucho. Entre los 'agraciados' con premios especiales se encuentran los obreros del metal y la química; los jóvenes graduados que han descubierto que la asignatura más importante era Geografía; los masones, o sea albañiles, que entre obra que no se hace y plan general que no se aprueba ya no se pueden comprar un pañuelo para darle los nudos de rigor sobre la cabeza; las mesnadas financieras cuyo pan depende de que el dinero se mueva con ilusión; los abuelos que ingresan unos euros con la revalorización pero pierden bastante más porque otra vez tienen que subir la paga a sus atribulados 'ninis'; los enfermos que esperan y con frecuencia desesperan; los negocios que se hubieran, ay, materializado de haberse ejecutado las inversiones con más arte; y los que se hayan visto inundados por ríos mal encauzados.
¿Qué se puede hacer? Cuando le preguntaban al filósofo liberal Benedetto Croce que por qué, habiendo sido al principio un ruidoso opositor a Mussolini, luego había pasado al silencio, el napolitano solía responder: cuando llueve uno saca el paraguas, cuando graniza se queda en casa. Seguramente hay una parte de la comunidad esperando que escampe esta pedrea babilónica que se abate sobre Cantabria: la parte que percibe ingresos del erario público y no teme que le falten, de modo que puede asistir a todo esto con la solidaridad pasiva del espectador de un accidente de tráfico. En cambio, hay otra parte de la región que piensa que, no siendo este bombardeo de origen cósmico, sino político, procedería más bien aquello que en su célebre monólogo el príncipe danés Hamlet describía como 'tomar las armas contra un mar de dificultades y combatiendo darles fin'. Para esto, sin embargo, se necesitan motivaciones y energías que todavía no han comparecido. Mientras tanto, el lotero de Babilonia gobierna a placer. Vaya si lo hace.
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