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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre ese reportaje que se publicó en Nochebuena en 'The New York Times' acerca de Vigo y sus ya famosas luces navideñas. La ciudad llamó la atención de R. Minder, corresponsal de aquel diario en la península ... ibérica, seguramente por la, por así llamarla, «fantasmada» del alcalde, quien dijo que el resplandor de las luces de Vigo iba a iluminar a la mismísima Nueva York, situada en la misma latitud que Vigo; que su regidor habría de llamarle para confesarle su envidia.
La prensa nacional se hizo eco del reportaje y reparó en las paradojas a que aludía su autor por boca de diversos agentes sociales con los que había hablado. Así, los ecologistas bramaban por la «absurda contradicción» de que, en plena cumbre sobre el clima en Madrid, Vigo y otras ciudades compitieran en producir tamaños gasto y contaminación energéticos; la oposición política se quejaba del populismo del alcalde e incluso en sus propias filas se criticaba el hecho de que se dispendiara tanto dinero en efímeras luces mientras había gente que carece de vivienda social o los astilleros de la ciudad declinan próximos al cierre…
Sentí mucha curiosidad por conocer el reportaje de primera mano y, gracias a internet, pude leerlo íntegro y verificar que lo que recogía la prensa era cierto; y aun podría añadir el capcioso perfil del alcalde que, al margen de las luces, traza el reportero, cuando alude con retintín al «muy acentuado inglés» con que sazona partes de sus discursos, a sus bailes en sesiones multitudinarias de aeróbic o al paseo a punto de caerse, a sus 73 años, en una juvenil bicicleta de acrobacias: todo ello documentado con enlaces a sendos vídeos donde podías comprobar tales extremos.
El alcalde, por su parte, al ser entrevistado, negaba la mayor: cierto que el gasto en luces durante los cuarenta días que dura la Navidad en Vigo se dispara en comparación con otros meses, pero también que en cualquier estadio de fútbol de segunda división se consume más energía durante un solo partido, sin que nadie proteste por ello. Defiende que está modernizando la ciudad y dotándola de servicios, como las escaleras mecánicas, que dan mayor calidad de vida a sus ciudadanos. El reportaje da asimismo un dato sobre el impacto económico de la Navidad viguesa: la ocupación hotelera durante el puente de la Constitución pasó de un 20% hace veinte años al 100% este año. En otra parte leí que el retorno de la inversión municipal se multiplicaba por cincuenta.
Vigo es una ciudad que conozco muy bien, ya que paso en la provincia de Pontevedra un mes al año desde hace muchos y la visito con asiduidad. Y no puedo decir que, por mucho que la venda su alcalde, sea una localidad de visita prioritaria y obligada en Galicia; ni siquiera en la provincia de Pontevedra: hay otras muchas que ofrecen innúmeros mayores atractivos de todo tipo. Pese a ello, ese mismo puente de la Constitución fui con mi mujer a Vigo a comprobar 'in situ' la excelencia de su decoración navideña. Y sí, resplandecían luces por doquier, diversos decorados navideños repartidos por todo el centro hacían las delicias de grandes y pequeños y, por supuesto, funcionaba la famosa noria, pues el tiempo no lo impedía. En el paseo de la Alameda se instaló un mercadillo donde podías tomar un tentempié, un albariño o un ribeiro, comprar quesos autóctonos o cualquier otro souvenir. Y no, como subraya el reportero, no era como el de Estrasburgo, Colonia o Budapest. Las calles del centro recibían de noche más gente de la que podían soportar: en la prolongada rúa do Príncipe, céntrica arteria peatonal que comunica Urzáiz con la Porta do Sol, donde se ubicaba el gran árbol de Navidad junto al 'Sireno', los decorados fotográficos (o 'photocalls') instalados para niños llegaban a provocar tapones humanos no aptos para impacientes, por no hablar de las colas para subirse a la noria o entrar en el árbol: lo nunca visto en Vigo, donde los únicos tapones son los que produce el tráfico de sus peligrosas, caóticas y rampantes calles.
Desde luego, no se puede negar que el alcalde ha provocado un gran cambio, pero no solo en su ciudad, sino en todas las españolas. De hecho, el 'efecto Vigo' ha hecho que muchas se hayan puesto las pilas y hayan intentado emularla para atraer la atención del visitante navideño. Además, como muchos dicen, el regidor ha logrado colocar en el mapa a una ciudad hasta ahora insípida y que, como mínimo, se hable de ella. Dudo, sin embargo, que algún lector del periódico neoyorkino haya leído el reportaje: más bien parecía escrito para ser leído en España.
Pues teniendo en cuenta ese mal tan hispano de sacar defectos a todo lo que tiene éxito, proclamo que el exceso de consumo y contaminación que la Navidad produce, no solo en Vigo, sino en cualquier parte, es transitorio, pues estas fiestas duran cuatro días y se celebran solo una vez al año. Como dicen los dietistas, la demasía de una vez no hace daño, salvo que esa vez sea diaria. Y me quedo con la misma impresión de un emigrante vigués, residente en la aburrida Suiza, al que aludía, ya al final, el reportero; decía que nunca había visto a Vigo así, tan brillante y feliz. Y eso mismo es lo que yo percibí: caras de felicidad, de ilusión, de alegría y ganas de vivir. Eso también es la Navidad; para tristezas y preocupaciones, ya tenemos el resto del año.
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