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Al poco tiempo de tomar posesión de mi trabajo en Santander, conocí a un colega al que me unía cierta relación de amistad familiar, lo ... que hizo que de forma casi inmediata nacieran unos lazos de afecto que el tiempo se ha ido encargando de fortalecer. Un día, avanzada la hora de comer, yo percibí cierta inquietud en el momento de la despedida. La hora como digo era avanzada, y a mí me parecía oportuno regresar a casa. Fue cuando surgió una desagradable sorpresa. «Me da pereza ir ahora a casa porque no es el mejor lugar para mí, es la hora del enfrentamiento con la verdad, que en mi caso es dura. No sé dónde sentarme ni qué decir para evitar el enfrentamiento, pues todo lo que hago o digo provoca una discordia que no tiene fin», me dijo.
Sorprendido y preocupado, le invité a irse conmigo a mi casa, pero como quería ver a sus hijos, quedamos a última hora de la tarde para intentar, si se podía, reconducir el conflicto.
Esta situación siempre ha estado muy presente en mi vida. Incide con una gran intensidad en la estabilidad del que la sufre, causando comportamientos no deseados como irritación fácil, contrariedades, falta de empatía, ausencia de ilusión y esperanza en diferentes grados... de tal forma que muchas personas acuden a consulta manifestando cierto nivel de estrés del que hacen responsable al trabajo. Pero se trata de un inconsciente enmascaramiento de la realidad, se han adaptado a cierta forma de vida, que la sienten casi normal, o por lo menos no responsable de su agrio carácter.
Y es que la casa, nuestra casa, es en el fondo la prolongación del útero materno. Es esencial para nuestro equilibrio emocional. Allí, en casa, nos sentimos seguros, encontramos el afecto necesario, el cariño con el que soñamos, el de la esposa, el de los hijos, el del compañero de piso... Nos aleja de cualquier peligro, nos permite abrir un paréntesis en la toma de las decisiones, nos facilita el descanso deseado -y siempre muy bien merecido-, nos permite reflexionar sobre las cosas que nos preocupan, nos facilita las respuestas a los problemas cotidianos, sean estos, ordinarios o extraordinarios... Pero, especialmente, bajo su techo, rodeados de sus paredes, encontramos el refugio perfecto cuando la huida se hace absolutamente necesaria.
Por eso es triste, enormemente triste, tener pereza para regresar a casa, y mucho más lo es todavía temer volver a nuestra casa, donde nos espera una butaca para poder descansar y compartir, de aquí que cuando sin apenas darnos cuenta, en ocasiones, nos falta esa fluida relación, ese entendimiento, esa necesidad de cargar las pilas, el grado de inquietud con el que comparto mi vida, que me excita tanto por sus bondades como por sus frustraciones, no se repara, y se propicia de forma lenta que nuestra vida discurra en un tono de tensión, desazón o inquietud.
Si nos venimos a dar cuenta, casi de forma inconsciente, lo llevamos grabado como esencial en nuestro itinerario.
Una de las primeras cosas en las que piensa una pareja cuando desea formalizar su relación es precisamente en eso, la casa, en el lugar donde encontrarse y compartirlo todo sin limitaciones. Porque eso une más, permite el compromiso, la unión, y con ello el proyecto compartido, da cobijo a los sueños y las fantasías y también a las debilidades, es como la cuna que mece todos nuestros proyectos, además de madurarlos, de aquí su esencialidad en la vida de la pareja, como nido en el que nace, crece y se desarrolla su prole.
Es tan importante que marca nuestro diario comportamiento, al reparar la totalidad de la fatiga acumulada y al revitalizar con el calor recibido de la pareja, hijos, padres... todo sentimiento de flaqueza o temor.
Por ello creo que los ayuntamientos, como la casa común donde se gestionan los bienes de todos, deberían pensar más en esta necesidad de sus vecinos, vital para su felicidad, y plantearse planes anuales de construcción de viviendas en alquiler para familias, casas que sin necesidad de ser lujosas cumplieran con las mínimas necesidades de dimensión, capacidad, orientación e higiene, algo para lo que se pueden habilitar espacios públicos con este fin, e ir lentamente construyendo cada año un número determinado de casas, de acuerdo con los presupuestos de cada municipio, figurando esta necesidad como una de las primeras y básicas para las familias, por lo que se trataría de un programa en permanente de desarrollo.
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Ana del Castillo
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