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Uno de los fenómenos de las pequeñas ciudades, especialmente de las que no son turísticas, como es el caso de Torrelavega, es el despoblamiento que ... se produce los domingos. Parecen pueblos del interior, la España vaciada. Calles desiertas, tiendas con las persianas echadas, muchos bares cerrados por descanso semanal, apenas unas colas para comprar el pan y el periódico. La salida de algunas de las misas, como antiguamente, apenas anima un par de establecimientos hosteleros para el clásico vermú, blanco y rabas. Por el contrario, los pueblos de la costa, de Cabuérniga, Liébana, recuperan una vida que entre semana está reducida al máximo y reciben a parejas y familias que han ido a visitarlos y comer el cocido montañés o lebaniego, la mariscada deseada. Otros, los que tienen una segunda residencia, que a veces coincide con la casa familiar del pueblo de origen, asimismo van a pasar el fin de semana a recuperar vivencias, memoria y sentirse por unas horas como sus antepasados del campo: una pequeña huerta para sembrar tomates, lechugas, cebollas, recoger algunas frutas según la temporada. Y mientras en Torrelavega la imagen de la desolación. ¿Qué se puede hacer para llenarla de vida? Parece que las exposiciones del CNFoto y la sala Mauro Muriedas por la mañana, el cine de la Casa de Cultura, el teatro en el Concha Espina a veces, los partidos del Alega, Bathco y Gimnástica cuando coinciden en domingo, no son un polo de atracción suficiente. Animar las plazas con conciertos de las bandas locales, exhibiciones de danza y ballet, disciplinas deportivas de gimnasios, de las escuelas municipales… pueden ser propuestas posibles. Y algo que mueve a las familias, las actividades en las que los protagonistas son los niños. Suelen tener un gran poder de convocatoria. Algo se debiera intentar para insuflar vida a los tristes domingos y sentir la ciudad.

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eldiariomontanes La ciudad en domingo